Figura normal y corriente

Diego Izco
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Figura normal y corriente - Foto: JAVIER ROJAS

Escuchar a Ricky Rubio es reconfortante, casi más que verle jugar a baloncesto. Es el típico amigo que domina la pausa y la calma, el que no levanta la voz, el que necesitas cuando todo es ruido. Un tipo normal y corriente que vive felizmente atrapado en el cuerpo de una figura del deporte que cobra 16 millones de dólares al año y que esta semana firmaba el mejor partido de su carrera (37 puntos, 10 asistencias y ocho triples) en el Madison Square Garden.

Es uno de esos momentos para perder la cabeza, pero Ricard Rubio Vives la tiene bien amueblada de serie desde que su madre Tona y su padre Esteve (entrenador de baloncesto) le pusieron una pelota en las manos en El Masnou, cuando el crío tenía cuatro años. Su 'tercer padre' fue Aíto García Reneses, quien vio suficientes cualidades en aquel muchacho pelón y larguirucho (1,93 metros) para 'estrenarlo' en la ACB cuando solo era un adolescente. 

Demasiado talento como para esperar a que madurase: del Joventut salió con polémica hacia el Barça y entre el verde y el azulgrana firmó un hito de precocidad, convirtiéndose en el único menor de 20 años en ganarlo todo en España y Europa, Euroliga, FIBA Eurocup, ULEB Cup, Liga ACB, Copa del Rey y Supercopa… hitos unidos a que, con apenas 18 años, ya había sido plata olímpica y oro europeo con la selección. «Su límite es el cielo», aseguró el estadounidense Jason Kidd tras la final de Pekín'08. 

La NBA

Su forma de interpretar el juego, ágil, veloz, espectacular, era cebo fácil para cruzar el charco rumbo a la NBA, donde los Timberwolves se hicieron con sus derechos y el destino empezó a ponerle zancadillas: en su primera temporada (11/12), incluido en el quinteto ideal de los 'rookies', se rompió los ligamentos de la rodilla izquierda. 

«Los baches se superan y se aprende de ellos», apuntó Rubio: lo de la rodilla fue una nimiedad comparado con la muerte de su madre (y consejera y amiga...) en mayo de 2016. El dolor que sintió estuvo a punto de retirarlo: «Se abrió un proceso que podía haberme destrozado: lo pensé muy seriamente». Ricky necesitaba un nuevo camino, porque siempre había paseado de la mano de Tona Vives, y lo halló en la lectura, el yoga, la meditación… hasta convertirse en una especie de gurú para su gente, un sabio de 31 años que habla bajo y juega fuerte y que destina buena parte de sus ingresos a causas benéficas a través de la Ricky Rubio Foundation, dedicada a la lucha contra el cáncer de pulmón -la enfermedad que se llevó a su madre- y a la ayuda a niños con pocos recursos y con discapacidades.

La reacción

Aquel fue el punto de inflexión de la vida del muchacho normal y la carrera de la gran estrella. Más introspección, más barba, más pelo, más tatuajes… pero el mismo baloncesto delicioso y elegante. De Minnesota se fue a Utah, de Utah a Phoenix, de Phoenix regresó a Minnesota y ahora brilla en Cleveland. Cuatro equipos en cinco temporadas y un cambio de mentalidad («Comprendí que ni perder un partido es el fin del mundo ni ganarlo un éxtasis») para seguir creciendo y convertirse en su mejor versión: en 2019 se proclamó campeón del mundo con España, nombrado MVP del torneo; en 2020 fue padre del pequeño Liam y este año ha encontrado en los 'Cavs' el lugar perfecto para que el 'rickycesto' brille como nunca en la NBA. «Igual la gente no esperaba un proceso tan largo, pero al final cada uno tiene su camino y no debe depender de lo que piensen los demás, sino de lo que uno mismo cree».