Despedidas con eco tradicional en la época covid

Jesús María Sanchidrián
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En los últimos meses se nos han ido algunos de los testigos vivos de nuestro pasado rural

Despedidas con eco tradicional en la época covid

Estamos a acostumbrados a que las páginas de los periódicos incluyan habitualmente una sección llamada “obituario” en la que ocupan espacio famosos personajes de relevancia social o política recientemente fallecidos. Sin embargo, nosotros queremos ocuparnos ahora de la remembranza de personajes “anónimos” que fueron representativos, tanto o más, de nuestra herencia cultural, la de padres y abuelos que mantuvieron vivas tradiciones ancestrales que conforman la identidad de nuestros pueblos. Y es que acaba de fallecer el pasado domingo Benigno Jiménez Jiménez a los 94 años, uno de los últimos yunteros del Valle Amblés, quien empleaba una pareja de vacas en las faenas agrícolas que le mantuvieron activo hasta que le fallaron las fuerzas, igual que hace meses también murieron los yunteros Damián Arroyo, de Gallegos de San Vicente (Tolbaños), y Quico Rollán, de San Martín de la Vega del Alberche, a quienes desde aquí, rendimos homenaje, extensible a otros muchos que como ellos se empeñaron en guardar las esencias del campo abulense, igual que hicimos cuando vivían en el libro Avileños (Piedra Caballera, 2007), y últimamente en la exposición celebrada en el Museo de Ávila (diciembre 2019/enero 2020).

A Benigno Jiménez, quien en su juventud fue esquilador y segador en Zorita de los Molinos, lo encontramos en Amavida, donde vivía, trabajando con una yunta de vacas la misma tierra donde acaba de ser enterrado. Tenía entonces 75 años, cuando le sorprendimos desempeñando las pequeñas faenas agrícolas que requieren el cuidado de un huerto familiar o una tierra de garbanzos que cultiva para propio consumo y él de sus allegados. Realizaba estas labores con la ayuda inestimable la ayuda de una yunta de vacas negras de raza mixta, cruce de vaca lechera y un toro negro, a las que llama «Calceta» y «Bragá»; en otras ocasiones las vacas eran cruce de raza morucha con frisona. La vaca más vieja la compró en la feria de Ávila hace quince años y la más joven es hija de ésta. El mismo Benigno «domó» las vacas y las enseñó a trabajar con el carro y el arado. La escena bucólica de estas tareas ocupó la portada de La Revista de Ávila, suplemento dominical del Diario de Ávila del 19 de marzo de 2000 

En Gallegos de San Vicente acompañamos a Damián Arroyo cuando acarreaba paja y también mientras llenaba un carro de ramajes y leña de las encinas que pueblan los montes que se bañan la ribera del río Voltoya. Con este mismo carro tirado por una yunta de vacas se empleó durante años como transportista de piedra, la cual era extraída por los canteros de Mingorría y debía cargarse en los trenes que paraban al efecto en la estación de la localidad. Esta actividad de porte de piedra también ocupaba a la mayoría de labradores de la zona que tenían yuntas y carros, por lo que recibían un jornal de veinte a treinta duros. Damián, que rondaba entonces los setenta años, mantenía entonces una pequeña cabaña ganadera que pasta en los prados del pueblo, aunque también trabajó como cantero y albañil.

Despedidas con eco tradicional en la época covidDespedidas con eco tradicional en la época covidEn San Martín de la Vega del Alberche disfrutamos con los hermanos Maxi y Quico Rollán una mañana de primavera mientras araban varias huertas de productiva tierra negra con una yunta de vacas llamadas Princesa y Confitera. Otro día también celebramos con los vecinos de esta localidad un concurso de arada coincidiendo con las fiestas de San Isidro, y en verano hicimos lo propio en una entrañable fiesta de la trilla, cuando ya eran famosos en la comarca (La Revista del Diario de Ávila, 5/06/2005). 

La historia y la cultura  con la que se identifican nuestra tierra están íntimamente vinculadas a sus formas de vida, siendo la agricultura y la ganadería las actividades que han impregnado las señas de identidad de sus gentes. La realización de las antiguas faenas agrícolas de la misma forma que se hacían hace cientos de años fueron el testimonio que nos dejan estos hombres de campo. Yeguas, caballos, mulas, burros, vacas y bueyes son los animales de los se sirvió históricamente el campesino para explotar los campos y los bosques, y con ellos honró a los santos patrones y compuso actuaciones festivas y de divertimento. De ello son también buena prueba los numerosos aperos de labranza que se conservan en las casas, corrales, pajares y paneras de los pueblos abulenses.

La visión mágica que nos proporciona la imagen del hombre del año dos mil trabajando el campo con la ayuda de vacas negras indica que la conquista de la tierra por obra del hombre no se habría producido de no haber contado éste con la inestimable colaboración de los animales domésticos. Hasta la invención de las máquinas, el transporte y el laboreo de los campos se realizaron mediante el concurso del animal domesticado. Entre el hombre y el animal se forma entonces un todo, en orden a extraer de la tierra el mayor rendimiento, donde se utilizan los servicios del ganado en paridad con los de los miembros de la propia familia del labrador. El trato de los animales modela un determinado tipo de mentalidad, implica la creación de una especial clase de arquitectura y servicios, y da lugar al desarrollo de una serie de actividades artesanas. Así, el labrador llama a las vacas por su nombre («Jardinera», «Morita», «Gacha», «Dorá», «Morucha», etc.), les felicita cuando trabajan bien y les regaña cuando no le obedecen. Las cuadras estaban preparadas para servir de lugar de cobijo y de comedero, los potros de herrar se disponían con grandes piedras junto a la fragua donde se templaba el hierro de las herraduras, y los carreteros y albarderos fabricaban los carros, aperos y aparejos que después eran utilizados en las faenas agrícolas. Si bien estos oficios ya han desaparecido en la actualidad, todavía se conservan muestras significativas de artesanía surgidas para facilitar el trabajo del campesino con el ganado. Los pequeños agricultores y ganaderos que mantienen hoy día burros, mulas o yuntas de vacas lo hacen por puro romanticismo, sin un especial interés material o económico, y ello porque no han llegado a integrarse en el proceso de mecanización del campo por la pequeñez del terreno que cultivan. Y esto sucede en los pueblos serranos donde apenas hay grandes explotaciones agrícolas, contrariamente a lo que ocurre en La Moraña. Así, nuestros personajes yunteros que retratamos no se plantearon la disyuntiva de elegir entre mulas, burros o vacas, y finalmente entre éstas y el tractor. El mantenimiento entonces de las yuntas obedece también a una fidelidad primitiva por el ganado vacuno del que hoy los labradores que lo utilizan obtienen también leche y terneros, lo cual antes no ocurría dada la dedicación exclusiva al laboreo de la tierra de este ganado. 

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Qué excelentes imágenes nos dejaron estos hombres de nuestros pueblos, algunos en progresivo abandono por la falta de presencia humana, mostrando formas de vida ya olvidadas que son parte de una cultura que se resistía al cambio de los tiempos. Ellos son la reivindicación silenciosa de una actividad identificadora de lo que fue el medio rural no hace muchos años, y que hoy son casi vestigios arqueológicos, por lo que nos servimos de ellos para el reconocer el trabajo con el que agricultores y ganaderos han contribuido a la formación de la historia de los pueblos.