Lorenzo Fernández

Aula de papel

Lorenzo Fernández


El modelo alemán

17/01/2022

Alemania es un país con 83 millones de habitantes, un Gobierno de coalición entre tres importantes formaciones políticas  –socialdemócratas, liberales y verdes- y un Ejecutivo de dieciséis Ministerios. Los números tienen su lógica y proporcionalidad. 
España, por su parte, cuenta con algo más de 47 millones de ciudadanos, Gobierno bipartito de coalición –socialistas y podemitas- y un Gabinete de veintidós departamentos ministeriales. La comparativa, se mire como se mire, no resiste más análisis de lo que en realidad es: un abuso, un desmedido gasto público y un  puro reparto de poder para satisfacer cuotas.
Hace pocas semanas Alemania cerró la elogiada era de Angela Merkel y sus dieciséis años al frente del Gobierno en Berlín y echó a andar un nuevo tiempo político: el del socialdemócrata Olaf Scholz al frente de un tripartito inédito y avalado por 395 votos del Bundestag o Parlamento federal. Mayoría holgada.  
Las elecciones se celebraron el 26 de septiembre último y los tres partidos implicados sellaron el acuerdo de coalición el 24 de noviembre siguiente; esto es, dos meses más tarde. Habrá que añadir de inmediato que entre una fecha y otra y después de unos primeros tanteos,  nada menos que trescientos expertos pusieron manos a la obra de negociar y concretar el convenio, lo que cristalizó en un documento conjunto de casi ciento ochenta páginas.  Es decir, primero se negocia y como conclusión del proceso se cierra el pacto, cuya solidez se ha buscado.  
Aquí, en nuestros lares patrios sucede –tristemente–  al revés: primero pactan sobre el alambre y luego intentan ponerse de acuerdo en un programa. Sucedió en la moción de censura de 2018 y en las segundas elecciones de 2019. Y así, a toda prisa. 
Esta última convocatoria a las urnas tuvo lugar el 10 de noviembre. Y ya sólo dos días después Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se dieron el célebre abrazo y firmaron el preacuerdo de turno. Y eso que por lo manifestado en campaña por él mismo, Sánchez no iba a poder dormir con la  compañía que él mismo se había echado encima.  
No serán de extrañar, pues, varias cosas. 
Una: que con la frivolidad e irresponsabilidad con la que se hizo todo, la tal coalición haya terminado como el rosario de la aurora: con Pablo Iglesias y Castells, desaparecidos, con Garzón de charco en charco y el añadido de dos oficiosos nuevos socios sobrevenidos cuales son Esquerra Republicana (Rufián) y Bildu (Otegi), que son quienes en verdad están sosteniendo al engreído y falaz presidente.  
Dos: que de aquellos polvos hayan venido los lodos de la terrible desgobernanza reinante, donde hasta bien entrada la legislatura han seguido coleando temas importantes como la reforma laboral y las pensiones que tendrían que haber quedado cerradas y bien cerradas antes del precipitado abrazo de marras.
Y tres: que ante el método y la inteligencia que ha demostrado la clase política alemana al formar ese su primer Gobierno de la era post Merkel, más de uno aquí haya sentido envidia. Bien es verdad que toda coalición es difícil de manejar. Entre otras razones porque problemas sobrevenidos en el curso de los días pueden ser difíciles de encajar en la letra y espíritu del acuerdo. Pero si los cimientos son frágiles, mucho no cabe esperar.  Es como pretender construir sobre arena.
Scholz ha adelantado que seguirá manteniendo consultas políticas con los partidos de la oposición y ha sugerido a sus ministros que hagan lo propio con quienes les han precedido en los Ministerios. Reconocimiento del otro y ejemplo de civismo. Aquí Sánchez se dedica a cosa bien distinta: a machacar al contrario. Otro motivo para la envidia.