Cañas con acento venezolano

Mayte Rodríguez
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Al frente del único bar de Las Berlanas está Miguel Rodríguez, que suma tres meses en un negocio con el que ya estabafamiliarizado en su Venezuela natal y con cuyo resultado está tan satisfecho como sus clientes con el servicio que presta

Cañas con acento venezolano

Cada vez son más los pueblos en los que tomarse una caña con los amigos o echar la partida resulta casi una proeza. La despoblación no solo cierra escuelas rurales, también cierra bares. En Adanero, sin ir más lejos, los vecinos tienen que irse a tomar el café al bar situado junto al peaje de la autopista porque el último que quedaba abierto en el pueblo cerró después del verano. En Maello acaba de reabrir sus puertas un local que ha permanecido más de un año cerrado, tiempo en el que los vecinos tuvieron que acostumbrarse a tener un solo bar abierto. Y en Langa el ayuntamiento acaba de alquilar el bar del centro cultural.

El listado de pueblos abulenses en situaciones similares es largo, sobre todo en las comarcas más despobladas. En muchos de ellos son los ayuntamientos los propietarios del local, que lo arriendan para que alguien se encargue de explotarlo. Es el caso de Las Berlanas, donde el adjudicatario del concurso público para la gestión del bar lo ganó Miguel Rodríguez Polanco, que lleva tres meses al frente del bar ‘Los Amigos’, situado en la plaza. Este venezolano no puede estar más satisfecho de la acogida que le han dado los berlaniegos. No es para menos. Vamos a verle un jueves y ofrece nada menos que siete pinchos diferentes. «Los domingos es el día de más clientela, así que tenemos mucha más variedad», nos cuenta. Pero no deja de sorprender tal despliegue en un día laborable y desapacible del mes de diciembre. «Yo trabajé en este local como camarero en verano y me pareció que tenía margen de mejora, así que desde que me hice cargo yo del local estoy tratando de ofrecer algo distinto, de abrir con otro esquema, vamos viendo lo que gusta a la gente y lo vamos incorporando», explica Miguel mientras sirve una clara y nos cuenta que la hostelería le viene de familia.

Su hora de apertura son las nueve y media de la mañana, cierra un par de horas después de comer y reabre a media tarde hasta la noche. «El pueblo está en la carretera y por las mañanas hay mucho movimiento de gente que distribuye mercancía por la zona, así que ya se ha corrido la voz de que el bar está abierto y paran aquí a tomar su café», apunta. «Cada mañana pongo 200 cafés», asegura Miguel, mientras confiesa que quien elabora los pinchos a diario es su mujer, «que es cocinera», aclara.

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