M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Lamento sobre mujer asesinada

20/12/2021

El pintor italiano Andrea Mantegna creó en 1478 el impresionante cuadro Lamentación sobre Cristo muerto. Trazado con una perspectiva hasta entonces inédita, vemos a Cristo yacente sobre una losa de mármol blanco y representado desde los pies. En la esquina superior izquierda está su madre, María, acompañada de María Magdalena y de otra figura –María Simón o el discípulo Juan, según las interpretaciones- que lloran y se lamentan amargamente. Las yagas de manos y pies, secas ya de sangre, son más terribles que si de ellas manaran el líquido de la vida, ese que antes corriera por sus venas ahora abiertas.

Cada vez que asesinan a una mujer me viene a la mente la imagen y el recuerdo de este cuadro. Las heridas de muerte, la desolación y dolor de los seres que la amaban y la injusticia por su asesinato hermanan todas estas muertes. La de un Dios y la de miles de mujeres. En España, desde enero de 2003 –que se empezaron a recoger datos- hasta el pasado 8 de noviembre, han sido asesinadas por violencia de género 1.118 mujeres. Cada una de ellas merece respeto, homenaje y recuerdo. En nuestra ciudad tenemos dos instalaciones con ese fin memorialístico. Una, en el Jardín de san Roque. La otra, en el patio del Archivo Histórico Provincial y que es obra de la artista y amiga Azucena Pintor. Lleva por título "98 betilos y más" y consta de ese número de monolitos de piedra pintados en rojo. Un monolito por cada una de las mujeres asesinadas entre 2019 y 2020.

Hace unos días, otra buena amiga me enviaba este mensaje: "La Asamblea Feminista de la Casa de Abril, mantiene una instalación con lazos morados por las víctimas de la violencia de género en la reja del jardín del Paseo de San Roque, enfrente de la estatua de los Derechos Humanos. Desde hace un año venimos observando que desaparecen masivamente y, aunque volvemos a reponerlos periódicamente, la historia se repite una y otra vez; los cortan y los tiran detrás del murete. El miércoles pasado lo repusimos por última vez y esto es lo que nos hemos encontrado esta mañana." Acompañaba este texto con unas fotos en las que se veían cintas moradas cortadas, revueltas entre las hojas caídas en el otoño de los árboles. Unas cintas cortadas como si haciéndolas desaparecer, se volviera a hacer invisible la violencia de género.

La sangre de las mujeres asesinadas es derramada sobre el suelo de sus hogares, sobre esas losetas cerámicas o de madera que tantas veces ellas limpiaran y que ahora alguien tendrá que limpiar de su sangre. O es derramada sobre las aceras que tantas veces sustentaran unos pasos que en un tiempo fueran seguros, pero que ahora estaban asediados por los cuchillos de la ira y del odio de quien antes –supuestamente- las amara.

Vemos las heridas que causaron la muerte de Cristo y, aunque nos hemos acostumbrado a ellas, las miramos con sobrecogimiento y respeto. Muchos con devoción y sentimiento. Oímos la noticia del asesinato de una mujer y somos muchos los que lamentamos su muerte y expresamos un ¡Hasta cuándo vamos a seguir con este escalofrío! Y que pensamos que todo aquello que denuncie esta situación ha de hacerse visible como recuerdo, pero también como educación. Como homenaje, pero también como denuncia. Esa es la finalidad de las dos instalaciones memoralísticas abulenses. Y, ante la destrucción sistemática de una de ellas, uno se pregunta con Mario Benedetti, "dónde carajo queda el buen amor / porque vienen del odio."