"Las joyas son evocadoras"

Marta Martín Gil
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Hablar de joyería en Ávila es hablar de Quique Joyeros. Tras este nombre se esconde Enrique García Berrón, segunda generación de joyeros que lucha a diario para llevar al siglo XXI un sector que ha vivido épocas mejores

"Las joyas son evocadoras" - Foto: Ana I. Ramirez

Cuenta Quique (Enrique Muñoz Berrón, Ávila, 1972) que de pequeño era un trasto. No se recuerda como un buen estudiante. Pero en cambio, sí que puede traer a su mente vivamente las tardes pasadas en la joyería de su padre, Joyería Quique, un establecimiento a cuyo frente se encuentra él en la actualidad y que todos conocemos como Quique Joyeros.    

«Mi padre era joyero, empezó con 14 años», habla Quique con orgullo del que fue su maestro y del que aprendió un oficio que, pese a las dificultades que ha atravesado y que atraviesa a día de hoy, defiende a capa y espada. Quique es un romántico. Y siente que la joyería es uno de los pocos reductos que quedan en los que se pueden transmitir bonitas emociones a través de algo material. «Es que las joyas son de los pocos elementos que guardan recuerdos. Son evocadoras», reflexiona. Y habla, por ejemplo, de esas novias que acuden a su establecimiento con los pendientes de su abuela, porque quieren casarse con ellos puestos. O de los anillos de pedida, que tantas emociones despiertan.

Las joyas encierran historias y las custodian a través del tiempo. Hablan, sobre todo, de amor. De hombres y mujeres que hacían un esfuerzo de años para ahorrar el dinero que después invertirían en un anillo, unos pendientes o un reloj para regalar a su pareja.

Ahora eso ha cambiado en gran parte, nos cuenta Quique. «La gente ya no se ilusiona tanto con las joyas», reconoce el experto joyero, que achaca en parte a este motivo el que el negocio de la joyería no atraviese su mejor momento.

Él lo nota en su día a día.Cuenta, por ejemplo, cómo cuando él cogió las riendas del negocio de su padre, en el año 2005, tenía dos personas empleadas en su tienda. Ahora, es él el que levanta el cierre cada mañana en solitario. Y lucha cada día por sacar adelante su negocio, adaptándolo a los tiempos que corren.

Sigue teniendo clientes que disfrutan con la experiencia de comprar una buena joya para sus seres queridos, por supuesto. Y sigue atendiendo con toda la ilusión del mundo a los novios que compran el anillo de pedida a su chica o a las parejas que eligen su tienda para adquirir sus alianzas de boda.

A ellos, como a todos los que cruzan el umbral de su tienda, Quique les atiende con una sonrisa en los labios y esforzándose al máximo para que disfruten la experiencia de adquirir una joya. «Tenemos que ayudar al cliente para que tenga una sensación placentera», nos dice Quique, que tuvo la suerte de descubrir ese placer muy pequeño, cuando acudía al taller de su padre, donde enseguida se puso manos a la obra. 

«Empecé a trabajar con él a los 16 años», nos descubre. Entonces la joyería tenía taller, y allí dio sus primeros pasos, «estropeando alguna pieza» pero consciente desde muy joven que su futuro estaba en un mundo de oro, plata y platino.

Recuerda que las primeras tareas que le encomendó su padre (que por cierto, no se llamaba Quique, sino Francisco, como su padre, por eso él era ‘el del Tío Quiquillo, y de ahí lo de Quique) fue «lo más mecánico» que se puede hacer en joyería: fundir oro en un crisol para poder hacer hilos. «Es el trabajo sucio», sonríe. Y a nosotros nos cuesta imaginar que hacer hilos de oro pueda ser un trabajo sucio. 

Pero ése es sólo el principio de un proceso que termina, como decíamos, convertido en un sueño, en una ilusión. Y que en su caso, en aquellos primeros compases, terminaba convertido en una alianza, quizá las primeras piezas que nacieron de sus manos de aprendiz.

Después de aquel primer anillo, Quique hizo muchos más. Y se forjó como joyero en muchas tardes de invierno en la joyería familiar, ubicada entonces en la calle San Segundo.

Ahora, unos cuantos años después, recuerda con cariño aquellos primeros pasos. Y nos confiesa cuáles son algunas de la piezas que tiene en casa y que despiertan en él esos recuerdos románticos de los que habla en nuestra conversación.«Sobre todo las piezas que le he regalado a mi mujer, como la sortija de pedida o algunos pendientes», dice Quique, padre, por cierto, de dos hijos, que duda mucho que puedan continuar con la tradición familiar. «Me gustaría que siguieran, pero no creo que las cosas vayan por ahí. No podemos decir que el sector vaya a desaparecer, pero va a ser algo más pequeño», reflexiona Quique, que cuando no está detrás del mostrador de su tienda de la calle Doctor Fleming está haciendo deporte.

Porque ésta es su otra pasión.Tan es así, que hace unos años montó Triávila, un club de triatlón que cuenta en la actualidad con un centenar de socios. 

El origen del club lo encontramos en cierta medida en el paso de Quique por el mundo de la hostelería. «Empecé a hacer triatlón como válvula de escape», comienza a compartir con nosotros esta parte de su historia. Él tuvo con varios amigos distintos bares de copas, unos negocios que compaginaba con su trabajo en el mundo de la joyería. Pero llegó un momento en que tuvo que decidir si continuaba en el mundo de la hostelería o en el de la joyería. Su opción, todos la sabemos. Y entonces eligió también hacer deporte, empezando a correr. «Pero me aburría sólo de correr», se ríe. Así que encontró en el triatlón (que suma a las carreras el ciclismo y la natación) su deporte perfecto.

Montó el club con gente de Ávila que tenía sus mismas inquietudes. Y más adelante dio un paso más montando una escuela para los más pequeños.

Quique defiende los beneficios de una actividad que para los no expertos puede parecer demasiado exigente. «Al contrario, compagina muy bien todo», defiende al triatlón, y habla de cómo él no se ha lesionado nunca, pero sí lo hacen, por ejemplo, las personas que sólo corren y someten a sus articulaciones a grandes esfuerzos.

Se siente orgulloso de su club. Y siente también que es su pequeño grano de arena a la sociedad abulense. A él le dedica gran parte de su tiempo, el que no está en su joyería.

Nos despedimos de él hablando de Navidad. ¿Es una buena época para los joyeros? «Bueno, antes lo era más...», nos dice adiós.