El dandy rebelde

Javier Villahizán (SPC)
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Oscar Wilde fue un entusiasta defensor de la idea del arte como belleza, además de ser una figura clave del esteticismo narrativo, sin embargo su vida quebró a causa de un escándalo homosexual, lo que llevó a prisión y a un trágico final

La novela ‘El retrato de Dorian Gray’ es una de las obras más conocidas del irlandés.

La vida de Oscar Wilde (Dublín, 1854-París, 1900) es dual, polifacética y repleta de aristas por donde se escapan algunas de sus múltiples esencias. Hay un Wilde escritor, poeta y dramaturgo, pero también uno feminista, editor y periodista, así como otro estilista y dandi. Una auténtica caja de sorpresas que terminó como peor podía acabar, con un final alcohólico, escondido en Francia y en total desamparo.

Este año se cumplen 120 de su muerte en París, un 30 de noviembre, después de dejar para la posteridad obras de la talla de El retrato de Dorian Gray, su única novela, De profundis, Poemas, Una mujer sin importancia o Vera o los nihilistas.

Sus textos desprenden fantasía y extremado gusto por la armonía, como fiel seguidor del esteticismo, un movimiento artístico de finales del siglo XIX cuya máxima era que el arte existe para beneficio exclusivo de la belleza. Es decir, creían que la creación no tiene un propósito didáctico, sino que tan solo necesita ser bello y que, por extensión, la vida de las personas debía copiar y expresar únicamente ese halo de belleza.

Eso es exactamente lo que fue la vida de Oscar Wilde, belleza, hasta que en 1895 fue condenado a dos años de trabajos forzados por sodomía y grave incidencia y su existencia desapareció.

Para representar esa sensación de perfección sublime, el irlandés recurre a paradojas -extrañas ideas que se oponen al sentido común- y a temas de decadencia moral, al tiempo que critica la sociedad de la época victoriana y su hipocresía, mostrando todos sus defectos.

El autor también suele utilizar el estilo indirecto libre, que es una técnica que consiste en reproducir el pensamiento de los personajes dentro de lo que dice el narrador.

 

Una vida de película

Además de poseer una prosa prodigiosa, con variedad de registros en poesía, novela, ensayo y teatro, Wilde cuenta con una vida apasionante.

Hijo del cirujano William Wills-Wilde y de la escritora Joana Elgee, exitosos intelectuales, el pequeño Oscar tuvo una infancia privilegiada, tranquila y sin sobresaltos. 

Mostró una inteligencia precoz al adquirir una gran fluidez con los idiomas, tanto en francés como en alemán. Estudió en el famoso Trinity College de Dublín y, posteriormente, en el Magdalen College de Oxford, centro en el que recibió el Premio Newdigate de poesía por Ravenna, el cual gozaba de gran prestigio en la época.

El joven Wilde combinó sus estudios universitarios con viajes, al tiempo que publicaba en varios periódicos y revistas sus primeros poemas, que fueron reunidos en 1881 en Poemas. Al año siguiente emprendió un viaje a Estados Unidos, donde ofreció una serie de conferencias sobre su teoría acerca de la filosofía estética, que defendía la idea del arte por el arte y en la cual sentaba las bases de lo que posteriormente dio en llamarse dandismo.

A su vuelta, hizo lo propio en universidades y centros culturales británicos y franceses, donde fue excepcionalmente bien recibido. En 1884 contrajo matrimonio con Constance Lloyd, la hija de un consejero de la reina, que le dio dos hijos, los cuales rechazarían el apellido paterno tras los acontecimientos de 1895.

Más tarde, editó una revista femenina, Woman’s World, y en 1888 publicó un libro de cuentos, El príncipe feliz

No disminuyó, sin embargo, su popularidad como dramaturgo, que se acrecentó con obras como Salomé o La importancia de llamarse Ernesto, libros de diálogos vivos y cargados de ironía.

Su éxito, sin embargo, se vio truncado por el escándalo. Oscar Wilde era amigo de lord Alfred Douglas y el padre de este, el marqués de Queenberry, sospechaba que ambos mantenían un affaire, hecho que era constitutivo de delito contra la moralidad de la época. 

Finalmente, Wilde fue condenado a dos años de prisión y trabajos forzados en 1895 por sodomia y grave incidente. 

Recobrada la libertad, cambió de nombre y apellido (adoptó los de Sebastian Melmoth) y emigró a París, donde permaneció hasta su muerte. Sus últimos años de vida se caracterizaron por la fragilidad económica, los quebrantos de salud, los problemas derivados de su afición a la bebida y un acercamiento de última hora al catolicismo.