Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


No comprender nada

12/10/2021

No hay más ciego que el que ve y se aferra en no querer ver. La soberbia cual la indiferencia nos acompañan y dominan. La vanidad del ser humano, incluso de los humildemente vanidosos, nos hace, no pocas veces, despeñarnos por el camino de la nada misma. Somos indolentes al sufrimiento de los demás. Pensamos solo en nosotros mismos. Solo el yo importa, olvidando lo que inmediatamente en nuestra pequeñez, rodea a ese mismo yo. La extrañeza toma asiento de nosotros mismos. Apenas un concepto mínimo y estricto de familia importa. El resto silencio en platea. La hoguera sigue quemando la estupidez del ser humano. 
Se llama, la ha llamado así Bergoglio hace unas semanas en Roma, la hipocresía. A raudales. Sobra por doquier. En nuestros comportamientos, hábitos, costumbres, discursos, conductas, en nuestra vida privada y pública, y ante todo, en nuestra vida interior. Muchos no la tienen, allá ellos. Ni son mejores ni peores. Cada cuál que aguante su palo que de velas y vientos no sabrán nunca por donde vendrán. 
Terminó un verano donde las noticias no eran ni la economía ni el coronavirus, al contrario, lo fueron los fichajes del fútbol. No hubo otro comentario. No había canal televisivo que no estuviera con esta matraca insufrible. Pero no se hablaba del paro juvenil, de la crisis y cierre de miles de comercios, del déficit. Denle caramelos al público para que el tedio sea menor. O cacahuetes. No importa. El circo está lleno de figuraciones. Que entre Messi, Mbappé y un tal Ronaldo todo vale para comentarios de bar, de piscina o de cerveza bien fría.
Ellos solos, con escandalosas cifras económicas y de audiencias y derechos televisivos, nos solucionarán todos y cada uno de nuestros problemas. De los Ertes, de las prejubilaciones escandalosas de la banca, de las pensiones, del paro, de donde gastar los fondos comunitarios, incluso de esa suerte de afganos que en breve serán absolutamente olvidados en nuestro país, como lo es el suyo propio, donde casi ninguno, incluidos los políticos son capaces de situar correctamente en un mapa. Algunos han, además, intentando hacer política de esta debacle pero han tenido que callarse.
La contumacia en la idiocia es persistente y algún barón ha ordenado silencio. También hemos descubierto que tras los talibanes aún hay radicales con mayor capacidad de brutalidad y violencia. Nadie sin embargo quiere arreglar este mundo. A cañonazos han tratado como excusa en su momento de imponer una democracia. Pero ésta no se exporta por la fuerza, hace falta mucha persuasión, inteligencia, pedagogía y cintura, amén de miles de millones para hacer creer en las instituciones. Pero hay una que pervive siglos y siglos, la corrupción. Todavía los grandes laboratorios que ahora se han hecho supermillonarios han dado con el antídoto. O tal vez sí y lo han arrojado al fondo del mar, o como esto ya no se llama, a basura satelital que orbite para que nadie encuentre la fórmula.
Menos mal que ahora, tras esa final francesa y española de una nueva liga de naciones los españolitos, ufanos y afanados por el futbol francés y su liga, -gran potencia- podrán ver casi en directo en sus casas el debut de un argentino que nunca quiso catalanizarse. Y mientras la noria del circo sigue su deambular, los verdaderos problemas, a nadie seguirán importando salvo al que los sufre.