Los rostros tras el incendio

B.M
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Más allá de cifras y hectáreas, el verdadero daño de un fuego como el de la Paramera se puede percibir en la gente que se ve afectada, que pierde su patrimonio o que ve peligrar su modo de vida

081021_DC_0023.JPG - Foto: David Castro

Más allá de los datos que son terribles, lo que queda tras un incendio como el de la Paramera son los rostros de aquellos que vieron como las llamas se acercaban a sus vidas y amenazaban con cambiarlas para siempre

El fuego de la Paramera arrasó más de 21.00 hectáreas, tras producirse en una ola de calor, con bajísima humedad y un fuerte viento que avanzó de oeste a este y posteriormente giró al sur, complicando mucho las tareas de extinción.

081021_DC_0045.JPG081021_DC_0045.JPG - Foto: David CastroBien lo saben en los municipios afectados que, en aquellos días, vivieron con el corazón en un puño.

Ahora, cuando de las llamas quedan los rescoldos, tanto en la mente como en el terreno, un simple paseo por uno de los lados del fuego, en este caso en la Paramera norte, deja ver la devastación que hay detrás.

Una primera parada nos lleva al término municipal de Solosancho, en concreto a la Villaviciosa, a los pies del castro de Ulaca. Allí está María, en los apartamentos rurales Matagacha, que por muy poco no terminaron arrasados por el fuego, ya que una lengua llegó a entrar dentro del recinto. Fue una primera noche muy dura puesto que había gente ocupando estos alojamientos de turismo rural y hubo que desalojar. Ellos mismos tuvieron que acudir allí ante un temor que estaba más que justificado viendo cómo terminó siendo la evolución.

Llamas y humo era lo que veían y lo hacían desde una zona con árboles (entre ellos pinos) y chamizos que podían quemarse con cualquier chispa. Allí había agentes de la Guardia Civil y Bomberos e incluso tenían preparada una máquina para hacer un cortafuegos. Es cierto que finalmente tuvieron «mucha suerte» y terminaron sin daños pero hubo un momento que ellos mismos habían dicho «adiós a todo». De ese momento recuerda María «el sonido» y aún hoy en día se ven los agujeros en una de la carpa que no saben cómo no se incendió.

Aunque lo primero fue desalojar a las personas que estaban alojadas (estaban completos con las cuatro casas, tres de cuatro plazas y una de dos), también ellos se terminarían marchando puesto que no quedó otra posibilidad. «Era imposible estar», relata María, aunque poco después regresarían y vieron «que se había salvado», aunque todavía les quedaría por delante algún susto que lograron superar. 

En Riatas (Sotalbo) se encuentran Gloria y Longino, que con un paseo por la localidad muestran lo que supuso el incendio para esta tierra. No fue solo el fuego en sí, sino las riadas posteriores, y toda la ceniza que arrastraron. Las consecuencias se ven con pasar por la localidad, donde queda mucho por hacer. 

Sus primeras palabras son para recordar que el 15 tuvieron el fuego, el 17 la primera riada y el 23 la segunda. Días angustiosos donde iban de susto a susto.

Como daños más directos del fuego, dentro de los personales, se encuentran los dos chalets donde las llamas llegaron de forma directa. Allí se quemaron tractores, de los canalones solo queda el recuerdo e incluso reventaron los cristales, que aún hoy, aunque han ido los seguros, están tapados con cartones. «No hubo manera de sujetarlo», aseguran, mientras recuerdan que las pavesas «volaban, las persianas y los cristales se reventaban». «Las pasamos... nos tuvimos que quedar para defender los nuestro», dicen, añadiendo que «había gente con mangueras, otro señor del chalet con una bomba», todos colaborando en lo que podían.

Se quiso hacer un cortafuegos «pero no se pudo», señalan, pero la evolución de las llamas al final iba marcando el ritmo. Entre las consecuencias que aún están hoy en día es que no se pueden cortar los árboles hasta que lleguen las subvenciones.

Y después del incendio llegaron las riadas. «Hace 45 años de la primera inundación y hasta ahora. Se mantenía con el ganado pero se va dejando y mira lo que pasa». La primera riada tuvo menos consecuencias pero la segunda causó más problemas. Problemas como los que sufrió Francisco, otro vecino de la localidad, que perdió gallinas y su huerta. «Ya no quedan hortalizas ni nada», dice.

El problema es que el agua arrastró mucha tierra, ceniza, piedras y los daños se fueron mutiplicando. Y hasta ahora, «lo único que ha hecho la Confederación es venir una mañana a sacar árboles, ramas y troncos del río y ahí lo dejaron. Como haya otra riada...», dejan caer. Lo que ellos quieren es que haya «un cauce en condiciones»

Sí que quieren dejar claro que los vecinos ayudaron mucho, con más de 40 personas, algunas llegadas de Madrid. Todos fueron testigos de esos daños, por ejemplo del agua que entró en la ermita y dejó «alfombras nadando». También tuvo daños Pablo, otro vecino y de nuevo en este caso en una vivienda, donde aún hay una madera de protección, o en otra casa donde afectó a la calefacción.

Y todavía está el tema del agua, que les da el Ayuntamiento los lunes con dos litros por persona.

En Riofrío nos encontramos con Félix, que recuerda lo «fatal» que lo pasaron con el incendio. En su caso, aceptando una orden que llegó desde el Ayuntamiento se fue a la caseta de agua para guiar a los bomberos en el momento de la carga.

«Y veía que se iba la gente y no quedó nadie», una decisión con la que no se muestra muy de acuerdo. Sí cree que debían marchar los mayores, del resto no está tan seguro. «Cuando asomó al castillo se podía haber cortado con gente. No se hizo nada», dice».

Fue un momento «terrorífico», dice. «Fue como un relámpago, una bola de fuego» y se vivieron momentos de tensión como cuando llegó un bulldozer y se quedó atascado por lo que tuvo que venir otro para sacarlo. Después de marcharse, como los demás, intentó regresar pero ya no le dejaron pasar. Y esto sucedió en dos ocasiones,.

Entre los daños producidos, se refiere a los pinos «de 20 y 25 años que estaban sembrados y se han quemado» y además critica que no les dan solución a esa madera queda. «No sé qué se hará», afirma.

Recuerda la labor que se hizo, lo poco que faltaba para las llamas y que se quería, sobre todo, salvar el pueblo, lo que finalmente se consiguió. Después de nuevo llegaron las lluvias y el agua llegada con cisternas para el depósito. También el trabajo que ya se empieza a ver porque se ha comenzado a plantar árboles.

Pero todavía tiene en su memoria lo que pasó. «Es una angustia, no veas lo que e pasa», finaliza.