2019 fue el año de Óliver Laxe. Su película O que arde se estrenó en la sección Un certain regard del Festival de Cannes y consiguió el Premio del Jurado. En la ceremonia de los Goya, celebrada a comienzos del 2020, el filme estuvo nominado en cuatro categorías, entre ellas las de mejor dirección y mejor película. Se llevó dos cabezones, los de actriz revelación para Benedicta Sánchez y la de mejor dirección de fotografía. Pero, más allá de galardones y reconocimientos, Óliver Laxe fue reconocido, de forma unánime, como uno de los realizadores más creativos y arriesgados de la presente cinematografía española, capaz de aunar en imágenes lo poético con la crítica social y política. Un cineasta que mira de forma única al hombre y a la naturaleza.
TCM ha invitado a Oliver Laxe a hablar sobre su personal concepción del cine y de su relación con el Festival de Cannes, un certamen que este año no se ha podido celebrar por la crisis del coronavirus. Además, el cineasta gallego, que nació en París hace 38 años, comenta en el espacio Programado por algunos de los títulos que le han marcado, cintas como Cowboy de medianoche de John Schlesinger; Malas tierras de Terrence Malick y El ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica.
Óliver Laxe conoce muy bien el certamen que se celebra en la Costa Azul. Su primer largometraje, Todos vos sodes capitáns, se presentó en la Quincena de los Realizadores del año 2010 y se llevó un premio. «Me ha legitimado y me ha dado confianza», reconoce. «Mi primer largometraje lo hice sin haber dirigido casi cortos. Era una película que la mayoría de los festivales la hubiera dejado fuera», apunta.
«La primera vez que fui a Cannes lo ví frívolo y mundano, pero también vi que había espacio para todo el mundo. Es el centro de la industria, hay un lugar para todos y yo encontré el mío».
Con su segundo largometraje, Mimosas, Laxe obtuvo el Gran premio de la Semana de la Crítica en 2016. «Se dice que los franceses son muy chavinistas y yo me siento más gallego y más español que francés, pero me veo también legitimado para defenderlos porque, en el fondo, Francia es uno de los pocos países que bebe, saborea, programa y defiende otras cinematografías. Y eso creo que hay que reconocérselo».
Además, también habla de sus experiencias como mero espectador. «Ahora mismo solo puedo ver cine en una sala y rodeado de gente. Creo que hay una relación esencial y misteriosa, una energía diferente. Ver cine solo, me aburre», apunta.
De lo que está convencido es de que todo aquel que tiene la necesidad de hacer películas la acabará haciendo. «Con más o menos dinero, al final se acabará imponiendo ese talento, esa mirada, esa energía, esa fuerza», afirma.
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