Cocina sin exclusiones

SPC
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La Federación de Asociaciones de Personas Sordas de Castilla y León forma en la Escuela Internacional de Cocina de Valladolid a 14 alumnos para mejorar su autonomía personal y empleabilidad

Catorce personas sordas de Castilla y León participan en un curso intensivo de ayudantes de cocina adaptado con intérprete de lengua de signos. - Foto: Ical

Meritxell, de 45 años, Coque, de 50, y Yolanda, de 33, son tres de los 14 participantes en un curso intensivo accesible para personas con discapacidad auditiva que pasarán 150 horas en las instalaciones de la Escuela Internacional de Cocina, que depende de la Cámara de Comercio de Valladolid, para aprender tareas básicas como ayudantes en restauración. Sus caras, después de una clase teórica con intérprete de lengua de signos, desprenden ilusión antes de pasar a la parte práctica y, sobre todo, “vocación” por los fogones, que se acrecienta en dos casos al contar ya con experiencia laboral previa en algún comedor y en el sector hostelero.

Los tres alumnos -que también han ocupado antes puestos de trabajo en oficinas, logística, lavandería e incluso en el campo- toman parte en una iniciativa de la Federación de Asociaciones de Personas Sordas de Castilla y León (Fapscl) que fue seleccionada en la convocatoria nacional de ‘Tu proyecto cuenta: Rompiendo barreras’ de la Fundación Repsol por propiciar desarrollo integral y la integración social de las personas con discapacidad a través de la formación. A su financiación se unen el apoyo económico de la Gerencia de Servicios Sociales y el Fondo Social Europeo al considerarla una buena práctica para mejorar la empleabilidad y la autonomía personal.

Meritxell explica que fue su madre la que la enseñó a cocinar en casa y de ahí nació “una vocación propia”, que ahora se completa al conocer detalles y requisitos distintos para “ojalá poder trabajar en un restaurante con formación en aspectos específicos”, una vez que ya recibió otros cursos de restauración con personas oyentes. “Este aprendizaje con un intérprete es más completo, el ritmo es distinto y se adapta a nosotros incorporando nombres, técnicas de cocina y algunas formas de cortes que desconocía, junto a la prevención de riesgos laborales que es muy importante”, matiza.

A la charla se suma Yolanda, la más joven, que califica de “maravillosa” la experiencia “por lo buena que es la profesora y el ambiente con los compañeros” y añade que aprendió a cocinar con nueve años y no ha parado desde entonces de practicar lo enseñado por su madre y abuela hasta sus actuales 33 años. “Esta formación es magnífica en todos los sentidos. He trabajado en algún bar y restaurante donde me gusta todo, ya sea las labores de fregado de platos o las propias de una cocina. Ojalá pudiera tener una oportunidad de nuevo con ayuda de este curso especializado”, enfatiza.

Coque, el más veterano, realizó otros dos cursos que le permitieron acceder a un contrato de sustitución en el comedor del centro especial de empleo del Grupo Lince, preparando las bandejas de comida. “Espero que ahora, más formado y con una experiencia de aprendizaje que está siendo muy positiva, pueda volver al lugar donde ya estuve, aunque también deberíamos de tener la oportunidad de hacerlo en otro tipo de comedores como los de colegios o residencias”, expone.

Apoyos formativos escasos

Los tres participantes en el curso aún ven muy escasos los apoyos para que las personas sordas puedan recibir formación en igualdad de condiciones respecto a quien no tiene un problema auditivo y Yolanda opina que existe cierta discriminación hacia este colectivo. “Las personas sordas debemos de tener nuestra propia identidad. No es normal que nos cueste más trabajar que al resto de ciudadanos cuando la formación debería ser exactamente la misma. Tenemos los mismos derechos y en mi caso puedo leer algo en los labios, tengo un resto auditivo y existen señas, gestos tácticas y métodos que nos pueden ayudar en un empleo”, enfatiza.

Al respecto, Coque añade que comparte la opinión de Yolanda y -aunque precisa que la cocina es más visual y se pueden dar más instrucciones e indicaciones en la parte práctica- revela que por los problemas de comunicación “cuesta bastante recibir una formación que apoye nuestra incorporación a un empleo”. Meritxell es clara y espeta: “Yo creo que los sordos y los oyentes somos exactamente iguales. Lo que falta es que se nos conozcan más, nuestras necesidades reales y que haya una adaptación comunicativa en cada situación. Por ejemplo hablando más despacio al haber personas oyentes a las que se entiende bien leyendo sus labios y se puede compartir trabajo sin problemas”.

En cuanto a si la dificultad auditiva podría llegar a no serlo -con la complicidad que da el trabajo en equipo y que se pudiera prescindir de un intérprete de lengua de signos- en el caso de una cocina todos lo ven factible. “En una formación para acceder a un puesto determinado o en una reunión de forma puntual sí hace falta, pero en la comunicación de un restaurante en el entorno profesional del día a día no, aunque dependerá de cada lugar y circunstancias”, dicen los tres alumnos al unísono.

Sobre la productividad, capacidad de concentración y rendimiento de un trabajador con discapacidad auditiva en los fogones y que una buena preparación pudiera posibilitar estar entre los mejores cocineros, a Yolanda, Meritxell y Coque se les iluminan los ojos. “Ojalá, ojalá... nos gustaría imaginar que fuera así”, repiten con el sueño de que sea posible que “con mucho esfuerzo y poco a poco” se pueda ver a una persona no oyente con una estrella Michelín.

De momento, al finalizar su formación, los 14 alumnos sordos del curso de ayudante de cocina realizarán una prueba práctica que será valorada por un jurado, que no tendrá carácter competitivo como en los programas de televisión sino un espíritu de trabajo en equipo más cercano a la realidad. Consistirá en realizar en equipo un menú utilizando productos de la marca ‘Alimentos de Valladolid’, promovida por la Diputación Provincial.