Quedamos al mediodía de un día soleado de enero en Ávila, de esos que suben el ánimo y de esos que, precisamente, le gustan a nuestro protagonista. Llega dispuesto a conversar sobre su vida y su profesión, algo que no le va mucho pero a lo que accede tan de buena gana que incluso se trae dos cafés para la charla. Y mientras le escucho pienso que no ha podido salir mejor día para acompañar a esta persona luminosa, algo así como un espíritu libre que ha sabido encontrar su camino con una mezcla de intuición y valentía de las que no abundan.
Carlos Espí (Ávila, 1975) estudió en el Colegio Diocesano, cursó la carrera de Administración y Dirección de Empresas en Salamanca y se dedica a la venta ambulante de productos de artesanía traídos desde África, principalmente de Mozambique pero también de otros países. Puede que esta secuencia no encaje en lo que se pueda considerar una trayectoria laboral al uso, así que es él quien se encarga de explicar cómo se pasa de trabajar en la empresa familiar, en lo que seguro apuntaba al inicio de una carrera empresarial convencional, a viajar a Mozambique para importar batiks y venderlos en ferias por todo el país. Su respuesta, algo tan simple (y a veces no tan fácil de lograr) como que quería ser feliz.
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