Una odisea abulense

Domingo del Prado*
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Nuevo récord de velocidad del trayecto en tren Ávila-Madrid

Una odisea abulense

El pasado lunes, 20 de enero, tuve el honor de viajar en el tren MD 18014 desde Ávila a Madrid. Y digo el honor porque dicho tren estableció un nuevo récord de velocidad. Nada menos que 151 minutos (Traducido: dos horas y media y un minuto de propina) desde la capital abulense hasta la estación Príncipe Pío.

El viaje fue muy entretenido, divertido, jocoso, lleno de anécdotas y algún que otro improperio: 

A los 20 minutos de “arrancar”, la megafonía nos da el primer aviso (Textual, y entre comillas): “Próxima estación: El Escorial”. Yo, como no es la primera vez que viajo, me quedé perplejo: 

Una odisea abulenseUna odisea abulense—¡Cuánto ha mejorado el servicio! ¡Ya en El Escorial! 

Menos mal que el revisor—un joven amabilísimo y con cara de preocupación por la que se le venía encima— nos iba aclarando a todos y cada uno de los vagones, haciendo kilómetros desde el de cabeza al de cola, y viceversa:  

—“No se fíen. Está estropeado el sistema de información. Yo les informaré en cada momento. Con este trabajo, me estoy preparando para correr los 20 kilómetros marcha en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio”. 

A eso de las 21:30 la estropeada megafonía nos gasta otra broma: “Próxima parada, Villalba de Guadarrama”. Todos los viajeros fuimos colocando nuestras maletas y bultos cerca de las puertas de salida, porque el amable y azorado revisor nos había advertido, en otro maratoniano recorrido de vagón en vagón, que en Villalba deberíamos hacer trasbordo, para disfrutar en los cambios de tren de la agradable noche de algún grado bajo cero. Menos mal que el azorado y amable revisor-guía del tren nos advirtió por enésima vez: 

—Disculpen y no le hagan caso. La próxima parada es Robledo de Chavela. Ya les avisaré cuando lleguemos a Villalba. Fíense de mí. Después de otras varias paradas (no sé cuántas, perdí la cuenta), paradas que me imagino que serían para reponer fuerzas el pobre tren, al filo de las 22:45 ( o sea, cerca de las 11:00) llegamos a Príncipe Pío, aunque antes de bajar todos nos aseguramos de que era de verdad esa estación. Afortunadamente, los carteles estaban bien puestos y bien iluminados. Y nos bajamos todos, eso sí, mirando de reojo al maltrecho tren, que descansaba, jadeante, pero satisfecho, en el andén nosecuántos de la estación del monárquico Príncipe Pío.

Es normal. Y lógico. El tren ya venía muy cansado. Nada menos que había salido de Vitoria-Gasteiz a toda velocidad y bien alimentado. Y es comprensible: Ávila es, sí, una importante capital de provincia, pero el tren llegaba a un pequeño pueblecito de la famosa España vaciada que se llama Madrid o algo así. ¡A ver si mejoramos las comunicaciones de esta España vaciada! ¡Yo creo que el pequeño pueblo de Madrid o algo así se lo merece! Lo único bueno es que en todo el trayecto no se pinchó ninguna rueda, lo cual es de agradecer…

Aprovecho para agradecer también a Renfe o a quien corresponda este entretenido viaje, lleno de aventuras, fuertes diálogos, momentos dramáticos, miradas al reloj, jaculatorias, quejas y ayes y hasta alguna sonora carcajada.

Con otros pocos viajes similares a este, que me veré obligado a hacer en los próximos días, Renfe me dará el suficiente material para empezar a escribir una novela de aventuras. Llevará por título ‘La Odisea abulense’. 

Gracias, Renfe. Gracias, autoridades, por proporcionarnos un entretenimiento de película de tan larga duración (Más de 2 horas y media), al módico precio de 12,70 Euros, IVA incluido.

Y gracias por el calorcillo (¡5 grados… sobre cero!) y por su demostrado cariño a los pobres, sufridos y pacientes viajantes abulenses.

NOTA: Todos los datos mencionados en esta odisea son rigurosamente ciertos.

*Viajero sufridor del MD 18014.