David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


La nada en directo

29/06/2021

Es fácil escandalizarse por la adolescencia. Lo hacen hasta los jóvenes de 20 años, que no dejan de sorprender cuando los oyes clamar por las actitudes de quienes tienen apenas cinco años menos que ellos: es que no son como antes, ¡cómo vienen estas nuevas generaciones! Y cuanto más se abre la brecha, cuanto mayor es la distancia, la de la edad, mayor es la tentación de proclamar el anatema, el escándalo, la proclama contra las actitudes de pre-adolescentes, de adolescentes, de teens, de universitarios, así todos juntos. Cada uno pone el punto de mira en lo que tiene más alejado.  El otro día en un acto me presentaron como un joven poeta. Casi me caigo del asiento. Hacía 15 o 20 años que no oía eso. En cualquier caso, es cierto que hasta hace poco, gracias a las tecnologías, la moda, los gimnasios, la cosmética, empezaban a diluirse las fronteras temporales. Se era joven mientras el cuerpo y la dignidad estética aguantaba. O hasta que llegaba el verano y la ligereza textil dejaba todo en su punto exacto del ridículo. El verano, esa estación que es una democracia de lo feo. El cliché, el tópico era repetido: se es joven mientras que se quiera. Así que es posible que, dado que estas etiquetas se han extendido más allá de lo imaginable, los verdaderos jóvenes-jóvenes, los adolescentes, tengan que dar una vuelta de tuerca aún más extrema para diferenciarse de padres, tíos, primos, hermanos mayores que, aún bien conservados, no tienen, a su juicio, el derecho a esta categoría de pimpollos.
Los habrá inquietos, juiciosos, sarcásticos y emprendedores. Los habrá lectores y curiosos. Los habrá con ganas de comerse el mundo. Me consta. Pero la adolescencia es también un campo perfecto para el barbecho, para la nada, para generar un boquete en la inteligencia que es difícil de regenerar si va agrandándose año tras año. Un curso de desidia púber puede ser controlable: si ya pasan tres no hay quien lo levante. Lo saben muchos padres, lo saben muchos profesores y lo sabe cualquiera que entre un rato a los reels de Instagram o los videos de TikTok. Inconstantes, mutables, transforman sus actitudes a velocidad de vértigo en un éxtasis grupal que se desprende desde el móvil. Dirán algunos: lo mismo que toda la vida en la adolescencia, todos hacíamos el tonto, vagueábamos, rompíamos las normas y costumbres de nuestros mayores. Sí pero no. No con esta inmediatez ni precocidad, no con esta exposición pública ni visual. Y por debajo la nada. Porque detrás de tanta manifestación en redes sociales, donde un adolescente  se muestra y se lía en público un peta o un porro, se lían, hacen retos imposibles y obsesivos, entre bucles musicales, no hay nada. Ni siquiera el verano de tu vida, la noche de tu vida, porque todo es igual a lo de todos, y no hay nada que permanezca. Niños pandilleros, imitadores de hermandades latinas, chicas raxetas de aros y uñas imposibles, cuya posteridad queda en directos infinitos transmitidos por las redes. 
Adolescentes. Los habrá guapos, tranquilos, divertidos, amables, solidarios y estudiosos. Pero si te tocan los otros, qué alegría no tener hijos, qué bendición perfecta no ser joven.