Los niños no se ajuntan

Antonio Pérez-Henares
-

Las interminables y nada fructíferas negociaciones entre el Partido Popular, Ciudadanos y Vox, por un lado, y PSOE y Podemos, por otro, dejan en muy mal lugar a todos sus líderes

La tropa infantiloide de adolescentes viejunos, fruta pasada que no madurará nunca, ni ganas tiene, lleva ya no sé cuántos meses jugando a aquello del No te ajunto. Así seguimos y es lo que mejor define el penoso espectáculo político. Que nuestros niños políticos no se ajuntan. La chiquillería jugando.

«Yo con los de Vox no me ajunto», proclama el niño estupendo de Ciudadanos, que dijo antes de las urnas que con quien no se ajuntaría nunca era con el PSOE de Sánchez, que es todo el PSOE, porque no hay baroncillo que le chiste. Entonces el niño de Vox corre a contárselo al del PP. «Que los de naranja no me ajuntan y aunque tú sí, no te voy a votar porque tú te ajuntas con ellos». Casos de las Comunidades de Murcia y Madrid, en el aire, y de la Alcaldía de Burgos, donde consiguieron la hazaña de entregar la ciudad a la izquierda. Todo por España, claro.

El niño azul ante ello, y hay que reconocerle que con bastante paciencia y algo más cuajado que el resto de esa pandilla, va entonces a ver al niño naranja y le dice: «Oye, Albertito, que si quieres peces tendrás que mojarte un poco el culo, que al fin y al cabo, tú también pillas pescado, y sin ellos se nos escapa vivo y quien se lo lleva al cesto son los otros». «Bueno, pero solo un poquito, sin que se note, y así como de casualidad nos vemos, pero de roce nada que me pega la tiña».

Cabreo entonces del niño verde voceras: «Pues si no hay por lo menos manitas no hay banquete de bodas porque no voy a ser yo el que lo haga posible y no me dejéis ni aparecer por la boda». Y así una vez tras otra y vuelta la burra al trigo.

Los niños naranjas, además, aunque dijeron que jamás lo harían, y que iban a liderar a toda la pandilla, tras pegarse en los alambres, y quedarse sin la ansiada primogenitura, han puesto a girar la veleta, en lo que son consumados artistas. Eso sí, dependiendo del aire y del sitio. Con los sanchistas dijeron que nunca de los jamases, y eso hacen en cuanto al Gobierno y algunos territorios, por ejemplo en Castilla y León, aunque con el entusiasmo de quien se va a sacar una muela. Pero en Castilla-La Mancha a quien ajuntan es a los de rosa y han dejado a los azulitos en bragas, por no decir que en cueros. Y eso también por otros muchos sitios, unos de cara, en muchas villas madrileñas, andaluzas, canarias y ya no digamos lo de Melilla, donde con un solo escaño, el niñito naranja apoyado por un partido de cada vez mayor sesgo islamista y el alborozo del PSOE, se ha hecho con la Ciudad Autónoma de manera extraña y hasta puede que hasta ilegal, y otros emboscados, como en Huesca, donde uno de sus chicos metió con alevosía el voto en blanco y puso al PSOE en la Alcaldía. Lo niegan, claro, por eso lo hicieron de extranjis, pero la carga de la prueba es que se niegan a subsanarlo con una moción de censura, lo que descubre su autoría felona.

 

Pillar cacho

El andar aquí con unos por aquí, con otros por allí y con no se sabe bien con quién por según qué parte, tiene a los que quieren hacer cuadrilla con los de la camiseta de la rosa, volver a encollerarse con ellos y hasta pillar cacho en Moncloa, tan enfadaos que varios jefes y oficiales se han dado de baja, pero por el otro lado, y en otros sitios los que creían que eso estaba descartado y resulta que ahora allí es con los que han pactado, estos mayormente de la clase de tropa o votantes a secas, están, aunque más silentes porque no tienen micrófonos, también cabreados.

En el otro lado del patio no es que anden mejor las cosas. El niño más mandón, Pedrito, le dice al Pablito, que además anda con el puñal de Iñiguito clavado en la chepa, que o se le entrega con manzanita o «a las urnas vas y verás donde van las cuatro plumas que aún te quedan». 

Pero Pablito, el morado, necesita parecer algo, qué menos que vicepresidente, y de eso no sale. Hablar de lo que van a hacer es algo que queda supeditado a lo que va a ser Pablito, que es lo verdaderamente importante para Pablito. Es entonces cuando Pedrito hace como que va a jugar con los de la otra cuadrilla. 

Con los naranjas, por un lado, que están muy ariscos, porque van a un desfile y el ministro Lgtbi, que es el jefe de la Policía, dice que es normal que les escupan porque van provocando. Así que hace escribir una cartita, que él no puede firmar, y si hace que la rubriquen toda una recua de aquellos a quien él decapitó por hacerlo, para mandársela al otro Pablito, el azulito, instándole a que hagan lo que él se pasó un año con el no y el bloqueo, queriendo impedir que hicieran los suyos y a los que hizo pagar con las tinieblas exteriores por ello. Y Pablito, el azulito, lo manda a esparragar, claro.

Este es el juego, señores. Un juegos de niños, más bien de niñatos, malcriados, bien cebados y consentidos. En él no tienen cabida ni los intereses de los ciudadanos, ni los de España. Eso solo eran cosas que se dicen en los discursos, preferentemente antes de que votemos, y ahora lo que importa, lo único que importa es pillar cacho. Todos van a ello, y es por ello por lo que juegan al Te ajunto y no te ajunto. Vamos, por lo que juegan con nuestra paciencia, de la mañana a la noche en continuo griterío, sin importarles nuestro hastío, pues ya les dimos lo que querían, el voto y sin vergüenza alguna, porque esa fruta no la han catado nunca.