El guardián de los chozos de Navalosa

R. Travesí (Ical)
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El artesano de 84 años Jacinto Martín ha fabricado los trancones de madera para cerrar los corrales rehabilitados

El guardián de los chozos de Navalosa - Foto: Ricardo Munoz Martin

A sus 84 años, Jacinto Martín se ha convertido en el guardián de los pocos chozos de Navalosa (Ávila) que aún quedan en pie ya que su deseo por mantener el patrimonio y las tradiciones de su pueblo le han llevado a fabricar los trancones de los corrales rehabilitados en la sierra. Los trancones son las cerraduras hechas de madera para cerrar las puertas de los chozos que antiguamente eran utilizados por los ganaderos para cobijar por las noches las ovejas y las vacas.

Fruto de un convenio de colaboración entre la Diputación de Ávila y el Ayuntamiento de Navalosa, se han logrado restaurar cuatro chozos del pueblo, que ya cuentan con las cerraduras tradicionales de madera, con sus correspondientes trancones, guaridas y llaves, elaboradas con paciencia por Jacinto. «Desde que me jubilé, dispongo de mucho tiempo y hay que entretenerse, por lo que hago muchas cosas tradicionales trabajando la madera», explica a la Agencia Ical. Y una de ellas son los trancones.

No solo se entretiene sino que trata de mantener vivas las tradiciones y la historia de Navalosa por que el pueblo no se entiende sin los chozos, que fueron el refugio del ganado durante tantos años. «Hoy solo existen cuatro rehabilitados pero llegó a haber 200. Poco a poco se han ido cayendo por que no se han cuidado y un incendio en 2017 acabó con los pocos que aún estaban de pie», asegura.

La falta de uso de los chozos ha coincidido con la desaparición de los rebaños de ovejas y vacas existentes en Navalosa. No en vano, Jacinto apunta que ahora solo hay cuatro personas con algunas vacas de la raza avileña para entretenimiento. «Es una pena cómo se han ido perdiendo los chozos pero la gente joven no tiene interés por este patrimonio que es forma parte de la historia del pueblo», lamenta.

Por lo tanto, su pequeña aportación a mantener las tradiciones de Navalosa le llevaron a fabricar las cerraduras de las puertas de los chozos a la vieja usanza. Un artesano que modela la madera de roble, fresno y nogal con maestría el tiempo que sea necesario. «Un trancón puede llevar un día de trabajo si se da la cosa bien pero yo lo hago a ratos para no aburrirme», reconoce.

Eso sí, es una labor que en algunos lugares es reconocida. Muestra de ello es que ha vendido varios trancones a gente de otros pueblos e incluso algunos han ido a parar a Galicia. «Es un oficio que apenas se mantiene», confiesa. Había otro hombre de Navalosa que trabajaba la madera para hacer este tipo de cerraduras pero falleció hace unos años, por lo que ahora solo está en manos de Jacinto. «Se va acabando todo lo antiguo y la gente joven no quiere aprender estos oficios de artesano», sentencia.

Le encantaría que la mayor parte de los chozos del monte fueran restaurados y recuperados para «engalanar» la sierra con las construcciones tradicionales de piedra, las vigas de madera y los tejados de piorno. «Las ramas que hacen de cubierta son espesas y muy duras pero requieren de un cierto mantenimiento que, por desgracia, no se hace, hasta que los chozos se hunden», afirma.

Aún recuerda cuando hace más de 70 años los pastores del pueblo escondían bajo una piedra o un arbusto las llaves grandes de madera ya que abultaban mucho. Pero precisa que eran otros tiempos cuando todo estaba sembrado de patatas, trigo, cebada y centeno y mucha gente tenía ganado mientras que ahora apenas hay agricultura.

Amor por su pueblo Jacinto es un enamorado de su pueblo, donde nació y vivió su infancia, niñez y adolescencia ya que a los 18 años, como «otros muchos», tuvo que salir para ganarse la vida entre Madrid y Francia, donde estuvo seis años de su vida. Pero su amor a Navalosa seguía intacto y cuando residía en la capital acudía a su pueblo todos los fines de semana y pasaba allí las vacaciones.

Al jubilarse, no lo dudó y decidió regresar a la ‘España vaciada’. «Aquí, disfruto de una vida de diez. La tranquilidad no tiene precio», asegura a Ical, pese a reconocer que su pueblo ya no cuenta con los servicios que tenía cuando era un mozo. Los más de 2.000 habitantes de aquella época se han convertido ahora en 300 censados.