Atrás quedan días de diversión, de disfraces y fiesta. Y llega el momento de las lágrimas. Las lágrimas que siempre acompañan  a la celebración del ‘Entierro de la sardina’ donde lo cierto es que también está ese toque de diversión y de imprescindible crítica.

Aunque este año la fiesta se presentaba con novedades, especialmente porque se trasladó la sardinada de cierre hasta el Chico para aprovechar la carpa instalada en esta plaza y que tanto protagonismo ha tenido en el carnaval, en lo que no hubo cambios fue en la salida, desde la plaza de las Vacas. Allí comenzó a caminar el cortejo fúnebre de Doña Ciudad de Ávila ‘La tristemente olvidada’ y lo hizo con su correspondiente sardina que este año llevaba mascarilla (por si acaso). En las letanías que iba cantado el ‘obispo’ con su tridente se habló de violencia de género, de los «emolumentos» en el Ayuntamiento o del hecho que les cobren «por dejarnos el mobiliario» anunciando que no se callarán «ante semejante agravio». 

A partir de ahí comenzó un recorrido que debía pasar por Dean Castor Robledo, Nuestra Señora de Sonsoles, San Segundo, Don Gerónimo, plaza de  José Tomé, Alemania, Reyes Católicos y llegar al Chico para la sardinada. En el entorno de Martín Carramolino todo estaba preparado para la quema antes de pasar a la sardinada, con raciones para 1.000 personas que en esta ocasión, y tras estar una persona prácticamente limpiándolas un día, estaban preparadas a la plancha y terminadas en el horno para poderlas servir al público que esperaba poder degustarlas en la carpa.