Una pequeña luz para la repoblación brilla en Ávila

I.Camarero Jiménez
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Familias con niños derivadas de la Fundación Madrina en el marco de su proyecto 'Pueblos Madrina' han comenzado a establecerse en pequeños municipios abulenses, les dan un techo y hacen sumar vecinos a localidades ansiosas de juventud

Una pequeña luz para la repoblación brilla en Ávila

Día tras día, lo vemos casi machaconamente, las colas del hambre, las cifras del paro, personas sin techo, la situación ciertamente es ésa, pero es que ha ido a más con la llegada de la pandemia... Números, rostros que ya casi no retenemos porque empieza a parecer que es lo de siempre y sí, lo es, pero la situación se ha agravado y aunque pensemos que a los españoles no les pasa y no lo sufren estamos muy equivocados. Mucho saben de ello en el seno de la Fundación Madrina. Su máximo responsable Conrado Giménez lo vive cada día y mueve ficha para intentar paliarlo. El radio de acción de esta fundación es inmenso pero hoy nos vamos a detener sólo en una de sus iniciativas, la que han bautizado como ‘Pueblos Madrina’. Llegó a Ávila  hace tres años, pero ahora se está intensificando (y lleva 16 a nivel nacional) y que es un proyecto por el que se acogen en municipios españoles a familias sin hogar o con serias dificultades económicas que no les permiten tener uno con dignidad. 

Partiendo de la base de que tienen 500 familias en espera, lo importante es ir dando pasos. 

La organización considera que estas iniciativas son más necesarias que nunca, ya que en los próximos meses una de cada dos familias vulnerables podría perder su hogar. La pandemia está generando una «nueva pobreza» que se está transformando en «pobreza estructural» de manera acelerada en España, denuncia.

Es en las mismas colas del hambre en la que se detectan las necesidades porque la primera necesidad que hay que cubrir es sin duda la alimentación pero, junto a ésta, hay más: personas sin techo, familias enteras sin hogar, algunas de ellas desestructuradas y lo peor de todo, con niños. Niños que si no se les encuentra un hogar serán separados de sus padres. La dureza de la vida personificada cada día. Pero Giménez y todos los profesionales que dan vida a la Fundación Madrina tuvieron hace tiempo la idea de propiciarles que tengan un hogar, aunque sea lejos de las urbes y de paso ayudar a los pueblos en la ardua labor de repoblar.

Ávila está ahí, en pueblos que nos son tan cercanos como La Torre, Muñana, Muñotello y un poco más lejos, en Santa María del Berrocal. Basta seguir esa carretera nacional (la N-110) para ir encontrando ejemplos de este proyecto que ha empezado a dar vida a los pueblos, gracias a la colaboración también de sus alcaldes, de sus vecinos y pieza importante, de los maestros de la zona.

Esta misma semana van a llegar a La Torre los siete miembros de una familia española elegida para este proyecto y que ya conocen en el pueblo. Cuenta Conrado Giménez que a las familias se les graba previamente un vídeo para que las conozcan allí donde irán. En el caso de La Torre incluso están dispuestos a acoger a una segunda. Desde luego que el colegio lo agradecerá. A día de hoy este centro educativo cuenta con cuatro alumnos, pero el año que viene serán tres porque uno de ellos se desplazará a la capital para seguir su formación. Con tres, el mantenimiento del aula es muy difícil y así lo asegura la directora del CRAFuenteadaja Marisol Domínguez, «una vez que se cierra es muy difícil de reabrir», así pues ¿cómo no estar contenta con la llegada de niños? Con la nueva familia sumarán pequeños y tendrán 6 alumnos en esa aula que tan difícil permanencia tendría. La Torre es parte del CRA que dirige, la otra parte está en Muñana y hasta allí ya han llegado gracias a esta iniciativa de Pueblos Madrina nuevos escolares. No se trata de familias que se hayan instalado en Muñana, no, están en Muñotello. Un pequeño pueblo a los pies de la Serrota que suma dos familias ‘amadrinadas’, una de padre, madre y cuatro hijos (de los que han llegado tres) y otra que sólo es la mamá con tres hijos, dos en edad escolar. Una niña de cada familia está ya asistiendo al colegio en Muñana. La educación es muy importante y allí «todos los profesores estamos muy pendientes de ellos y los alumnos las han recibido francamente bien».

No son los primeros que han llegado a través de Conrado y la fundación pues rememora la directora del colegio que hace ya unos tres años llegó una familia, venezolana, primero estuvo en Muñotello, luego se trasladó a Muñana y allí siguen, que es lo fundamental de un proyecto del que se benefician las familias pero también los pueblos.

En Muñana han echado raíces y ya «tanto el padre como la madre han encontrado trabajo, el primero en hostelería, aunque ahora está como está el sector, y la madre, cuidando a un matrimonio». Ésa es la meta y está claro que se puede conseguir, pero mientras esto llega, los vecinos, alcaldes, maestros se vuelcan y ayudan. «Aunque las familias vienen con una ayuda de la fundación pues a veces la vivienda se cede pero otras  se paga un alquiler, bajo, pero algo pagan», detalla Domínguez que asegura que conoce la casa de La Torre puesto que fue la antigua vivienda de la maestra y «es preciosa, de piedra, con tres dormitorios, un patio que da al del colegio, está bien aunque por dentro sea más antigua». 

Seguro que a las familias eso no les importa porque vienen de estar apiñados en escasos metros o de no tener hogar directamente. Domínguez que conoce en profundidad el proyecto sabe que el alcalde de La Torre ya ha mostrado interés en que venga una segunda familia. «Cuesta convencer a la gente, pero ha visto que es gratificante», de algún modo trae la vida a los pueblos porque «se ven niños por las calles y los mayores lo agradecen».

En Santa María del Berrocal las cosas también van viento en popa en este proyecto, se ha proporcionado una vivienda de protección oficial«es un dúplex, es preciosa», nos cuenta un estusiasta Conrado Giménez, quien, por cierto,  supervisa personalmente cada paso del proyecto, cuenta Marisol Domínguez: «Viene con ellos, los llama, hace todo el seguimiento y no viene solo, lo hace con el conductor, voluntarios, asistentes sociales, está todo muy bien organizado, me produce mucha confianza». Pero si algo le entusiasma a Domínguez es el trato en las aulas porque poco a poco se va viendo la evolución y aunque en alguna ocasión tengan que repetir lo importante es propiciarles esa educación. 

«Ha habido alguna niña que llegó con problemas de ansiedad, de estrés y ahora está sacando dieces».  Además el colegio de Muñana tiene para los niños que llegan de fuera de la localidad el servicio de comedor gratuito «es como una beca» y teniendo en cuenta que los que llegan de la Fundación Madrina no tienen muchos recursos económicos pues es un gran aliciente. En La Torre no es así porque los niños no se desplazan , allí van exclusivamente los del pueblo. Por cierto que ese colegio sólo resiste gracias a que hace años llegó una familia -aunque no por la Fundación Madrina sino por iniciativa propia- que lo permitió aportando cuatro pequeños, uno de ellos es el que el próximo curso se irá a estudiar a Ávila, pero al relevo llegan los nuevos. Ymenos mal dice porque «si un pueblo se queda sin escuela, muere», afirma.

Es evidente que el proyecto está bien, pero también que requiere tiempo para echar raíces, para empezar una nueva vida, pero puede pasar porque hay ejemplos como el de Muñana. Domínguez apunta que cuando mejoren las cosas a nivel pandemia se podrá avanzar más. Entiende que las mujeres tendrían más salida en el ambito de atención a los mayores, al cuidado y los hombres, hay hostelería en la zona, mataderos, aunque pueden empezar por echar una mano en tareas de campo, en algún huerto, reparaciones. Mientras tanto los vecinos colaboran, el mismo día que hablamos con ella quería repartir ropa y una trona que habían recogido para entregársela a las nuevas familias, a veces llevamos alimentos, el caso es que «ahora ya por lo menos tienen un techo».

Domínguez nos ha relatado el caso más cercano, La Torre, Muñotello y Muñana pero kilómetros más allá, en Santa María del Berrocal, la llegada de dos familias, que nos cuenta el propio Conrado Giménez ha marcado la diferencia clara entre tener escuela y no tenerla. Yes que allí han pasado de tener que cerrarla al quedarse con dos alumnos a contar con 12 chicos. Primero llegó una familia peruana de 3 hijos y luego otra española con 7 hijos y esperando un octavo.  Giménez lleva 20 años trabajando en esto (y en mucho más, hablamos de mujeres violadas, de trata de personas, de hambre) y reconoce que cada día le da un bajón por todo lo que ve. En el caso que nos ocupa si no se soluciona la situación los padres pueden perder a los hijos así que merece la pena seguir. También en Ávila lo hará,  si encuentra la complicidad de alcaldes, vecinos, maestros...