Colinas: "Tenemos que volver a preguntarnos qué es poesía"

César Combarros (Ical)
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El escritor bañezano, afincado en Salamanca desde hace dos décadas, subraya que «la poesía va enraizada con el ser, con los sentimientos y con los pensamientos». Recibirá el premio de la Agencia Ical al compromiso humano por León.

Colinas: "Tenemos que volver a preguntarnos qué es poesía"

A los 16 años, Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) escribió su primer poema en Córdoba y percibió cómo la poesía le «invadía». Lejos del «noroeste de todos los olvidos» donde dejó sus queridas raíces, mientras completaba sus estudios de Bachillerato en el revelador sur, consolidó una «firme y obsesiva pasión por la escritura» que le acompañaría toda su vida. En 1969 publicó sus dos primeros libros, ‘Poemas de la tierra y de la sangre’ y ‘Preludios a una noche total’, abriendo una extraordinaria trayectoria creativa que le ha llevado a establecer un «diálogo perenne» entre la tierra de los orígenes y el espíritu mediterráneo. Ahora, 50 años después, permanece fiel a su propia voz y a la probable esencia de la poesía: aportar «un poco de tibieza o de calor contra la dureza de la vida y de la muerte».

Cuenta en ‘Memorias del estanque’ que de sus padres recibió una gran sensibilidad y aprendió a saber escuchar, a respetar y ayudar a los demás desinteresadamente. Parecen valores que hoy día no están en boga.

Así es. Quizá sea un tópico decirlo, pero creo que una de las constantes de nuestro tiempo es que estamos perdiendo los valores. Es algo que percibimos a través de muchas señales. La filosofía del todo vale, ese concepto tan increíble de la posverdad… Todo ello repercute en la formación y en la vida… Yo recibí de mi padre esos valores, sobre todo la sensibilidad y el servicio a los demás. Eran otros tiempos. 

En el prefacio de su ‘Obra poética completa’ subraya: «Seguramente no hay poesía sin infancia en plenitud». ¿Cómo fue su infancia?

Feliz, en una ciudad unida al mundo del río y del monte, a las excursiones, a las romerías… Frente a nuestra casa había una gran huerta donde había un vivero de árboles frutales y nada más saltar la tapia entrabas en el paraíso. Siempre he dicho que para el escritor no hay literatura sin raíces, sin origen, algo que se puede apreciar a la perfección en nuestra Comunidad y en León más concretamente. Para mí una de las claves de nuestra literatura es que somos autores con raíces; están en la infancia y ahí se dan las primeras lecturas, pero también la comunicación con el medio natural, que es muy fuerte. En mi caso a través de los veranos que pasaba con mis abuelos en Fuente Encalada, un pueblecito de Zamora que para mí es un territorio legendario. Todo eso es una especie de manantial que no cesa de manar y de proporcionarnos información.

Una presencia recurrente en su simbología es lo que denomina «ruinas fértiles», ¿es una reivindicación del legado sobre el que nos hemos construido?

Para mí la ruina no es lo caduco, lo perecedero o lo muerto, sino un espacio arqueológico donde sentimos desde la objetividad. Un subtema de la ruina es la piedra, que tampoco es algo muerto sino lo que Jung reconocía como una energía indestructible. Es un símbolo más, y los símbolos es a lo que nos aferramos en momentos de crisis, de dificultad, de enfermedad o de muerte: la contemplación de un río, de una montaña, de un camino, de una fuente de la infancia... nos sitúan frente al símbolo. 

Pero parece que vivimos en una sociedad que nos empuja a mirar solo hacia delante sin respiro ¿no?

Frente a eso yo sigo viendo el pasado como una fuente que mana, como algo vivo, pero qué duda cabe que el secreto está en vivir la plenitud del instante. Por eso al teorizar sobre poesía me gusta decir que ser poeta es buscar la plenitud de ser. Naturalmente la poesía a lo largo del tiempo tiene muchas corrientes: recuperación histórica, testimonio, ansias de ir más allá, pero en este momento sobre todo yo la entiendo como una búsqueda de la plenitud de ser, y a eso llego por un contacto con el pensamiento de Extremo Oriente que me ha marcado mucho, con mis viajes a países como China, Corea o la India, y por el interés que he tenido por todas las místicas universales, aunque ahora estoy en un momento en el cual mi obra está más cerca de lo metafísico, es decir, de un sentir y de un pensar.

Entre 1971 y 1974 ejerció como profesor invitado y lector de español en las universidades de Milán y Bérgamo. ¿Fue entonces cuando se impregnó del humanismo renacentista que luego ha aflorado a lo largo de su escritura?

La experiencia de vivir Italia te marca para siempre. No lo digo por vanidad ni para compararme, pero lo que supuso Italia para Cervantes, Quevedo, Aldana, Argensola… Siempre hay un antes y un después de Italia. Para mí un primer estallido fue en la adolescencia y el segundo se dio en Italia.

Desde allí partió posteriormente hacia Ibiza, donde residió entre 1977 y 1998 y donde vivió lo que ha definido como «un renacimiento personal». 

Tras recibir el Premio de la Crítica por ‘Sepulcro en Tarquinia’, me concedieron una beca de creación de la Fundación March con la que escribí ‘Astrolabio’. Fuimos para un año pero el Ministerio de Cultura me dio otra beca con la cual escribí después ‘Noche más allá de la noche’, y encontré mi espacio allí. Fueron años en los que apenas viajaba y me dedicaba a escribir y traducir fundamentalmente. El mundo interior de la isla me llevó a una etapa contemplativa, entendiendo contemplación no como evasión, sino como un espacio donde te sigues haciendo preguntas, y me llevó a otra concepción de la realidad, a una etapa menos culturalista y más metafísica, donde se da otra vez el reencuentro con los símbolos más desnudos del Mediterráneo: el mismo mar, la luz, la fuente, el bosque, el camino, el náufrago…

Hoy el Mediterráneo parece haberse convertido en símbolo de otras realidades. ¿Cómo vive el drama de los refugiados y la inacción de Europa ante ello?

El Mediterráneo vuelve a ser centro pero no por razones culturales sino por cuestiones muy tristes. En uno de mis poemas, ‘La madre de todas las cosas’, planteo una solución que quizá sea idealista, como la propia poesía, pero que pasaría por llevar la ayuda, la vida, el agua y la agricultura al lugar desde el cual parten estas personas. El hombre tiene sus raíces y cualquier emigrante puede salir en busca de un paraíso mejor, pero esa decisión siempre supone un desarraigo brutal. Por otra parte en torno a la inmigración ilegal hay un mercadeo turbio que va unido a la convulsa situación que vivimos, a esta deshumanización materialista. Tenemos que recuperar lo que ha sido el Mediterráneo y, por extensión, Europa, que es su cultura y de donde venimos: venimos de Homero, de Virgilio, de Dante, del pensamiento, del humanismo… Esa es la Europa primordial. 

¿Qué le llevó de vuelva a la Comunidad y a instalarse en Salamanca en 1998?

Yo me he movido mucho pero no porque quisiera sino porque la vida o las circunstancias me han llevado a los lugares. La isla, como Italia, es un útero en el que te encuentras muy cómodo, pero se dieron una serie de razones familiares y decidimos instalarnos en Salamanca en lo que también supuso una apuesta por nuestra tierra. 

El medio rural y la naturaleza son dos de los grandes temas que atraviesan su obra. ¿Cómo siente el fenómeno de la despoblación?

El medio ambiente y la despoblación son temas que me han preocupado desde hace mucho tiempo. Se puede incluso hacer una lectura de mi poesía en clave  medioambiental, que siempre está ahí un poco subterránea. Hoy incluso los partidos políticos hablan de ello en sus programas, pero hubo un tiempo en que te veían como un idealista cuando hablabas de lo que pasaba en los ríos, en el aire o con los incendios. Cuando murieron mis padres decidí recuperar la casa de mis abuelos maternos, que estaba abandonada, y restaurarla supuso en buena medida rehabilitarme  también a mí mismo tras la pérdida de los seres queridos. A veces cuando me ven por La Bañeza o por Fuente Encalada me preguntan: ‘¿Cómo puedes pasar de Venecia o Ibiza a aquí? o ‘¿Cómo vienes cuando todos se marchan?’. A mí, aparte de las raíces, me permite una desconexión con la vida ocupada que llevo, con muchos viajes.

Ha escrito: «El día que no haya poesía el ser humano no será humano». ¿Qué dimensión le da la poesía al hombre?

Tenemos que volver a preguntarnos qué es la poesía, qué es el arte, qué es la política, qué es el ser humano... porque nos fallan los conceptos. En muchas ocasiones tenemos que explicar que el mundo tiene poesía desde el siglo XXV antes de Cristo, en China, en Mesopotamia, en Sumeria, en Egipto… La poesía es algo que acompaña al ser humano desde los orígenes hasta hoy, no vale decir que no vivimos tiempos poéticos, que son malos tiempos para la lírica o que la poesía no vende… La poesía es algo que va enraizado con el ser, con los sentimientos, con los pensamientos, y el día que no haya sensibilidad no habrá humanismo. 

En su ‘Obra poética completa’ que editó Siruela reconocía que, en esencia, el tema central de su poesía es el diálogo de sus raíces leonesas con el espíritu mediterráneo y con otras culturas como las de Extremo Oriente. ¿Echa en falta más de diálogo viendo la parálisis política que vive España?

Entre las apuestas que he realizado en mi vida, siempre he querido mantenerme en una independencia que resulta muy difícil, porque como recuerdo en mis memorias la independencia es el estado ideal si puedes aguantarla (sonríe). Esa es una de las cosas que he padecido pero tengo la conciencia tranquila. Vivimos unos momentos de ausencia de diálogo que creo que van unidos a una convulsión en cierto modo planetaria, y en España el cainismo y cierta tendencia anarcoide son demonios que no nos abandonan. No aprendemos de la historia ni del pasado. La historia no hay que olvidarla pero también hay que superarla para no repetirla, porque si no estaríamos en una continua tensión y el ser humano tiene que buscar su plenitud, que pasa por el diálogo, por la flexibilidad y por el respeto mutuo. 

En su trayectoria creativa reconoce tres etapas: una primera dominada por la emoción, una segunda marcada por la reflexión y la última, que se caracteriza por el retorno al humanismo. ¿Cómo ha sido ese proceso?

Es fruto también del proceso vital. La obra acaba siendo reflejo de la vida. Hay esa primera etapa en la que escribíamos los poemas de un tirón, no los corregíamos y en ellos sobre todo expresábamos sentimientos. Tras el encuentro con la cultura a través de las lecturas, el cine, la música u otras formas del arte, que en mi caso se materializa con la estancia en Italia e Ibiza, evoluciono hacia una poesía más meditativa y reflexiva, en un paso consustancial al poeta, que va de la emoción al pensamiento. Y luego en la tercera etapa aparecen los problemas de nuestro tiempo, con libros como ‘Los silencios de fuego’ o ‘Libro de la mansedumbre’, que coinciden con la caída del muro de Berlín, con mi viaje a la antigua Alemania del Este, una recuperación de Pasternak, la primera guerra del Golfo, la guerra de Irak… Todo eso va apareciendo en la poesía sin que pueda evitarlo. Cada día me levanto escuchando las noticias porque me duelen estos temas: los refugiados, la contaminación, las tensiones bélicas... No lo puedo evitar, y luego los abordas a tu manera. Cuando los poetas nos preocupamos por un problema solemos ir a contracorriente de la mayoría pero esa es nuestra misió?n, que está dirigida a lo que Juan Ramón llamaba la inmensa minoría. 

Se cumplen 50 años desde la aparición de sus primeros poemarios. ¿Ve muchos sueños cumplidos al mirar atrás?

No me puedo quejar. Hice una apuesta por la independencia y por seguir esa voz interior que me llevaba a escribir, yendo en ocasiones contra los consejos de los demás, y mantener esa fidelidad ha sido también una prueba. Luego ves esa recompensa del trabajo y que has sido lo que querías ser en la vida, y eso es una satisfacción muy grande.