Pilar Iglesias

Pilar y sus cosas

Pilar Iglesias


Sabina. La Noria. Y recuerdos

25/10/2021

Pasaba todos los días de hace un par de semanas por el Arco de la Cárcel, del Archivo para los más jóvenes, o del Carmen para los que quieran usar su nombre, y atisbaba la construcción de pequeñas atracciones vistas desde las alturas. Sin poder parar, la vida ahoga. Me hubiera gustado poder fotografiar, día tras día, cómo crecía esa construcción metálica y, cómo llegado su fin, mis ojos se encharcaron. Porque volvía. Y yo, volvería. Y hacía ya muchos años que no iba a la feria per se. Eludiendo el paréntesis fatídico en el que, no te olvides, aun seguimos, los últimos años había asistido al recinto más como espectadora que como actora. Y estaba bien. La carita de los niños sintiendo la velocidad en sus carrillos no tiene nombre, pero, seamos sinceros, subir con ellos y sentir sus manitas agarrándote, buscando refugio contra el miedo, cuando más miedo tienes tú, pero igual que cuando ven una araña debes erguirte y superar tus fobias, eres su lugar seguro y no hay dónde mirar porque ahora te toca a ti ser el pilar sobre el que se erigen sin más temor que la incertidumbre de qué sucederá cuándo faltes. Aun así, los últimos años no fueron lo mismo. Cualquier tiempo pasado fue mejor. Mis padres cuentan que las vacaciones de La Santa duraban toda una semana, y yo recuerdo que los puestos alcanzaban hasta el principio de ambas calles que ahora solo sirven para aparcar. Las atracciones, entre las que no cabía un alfiler, han cambiado accidentalmente. La nube ahora es la cárcel, en una suerte de metáfora digital. Y el pulpo, el canguro. Que yo no alcanzo a comprender el cambio de nombre. Y faltan los trenecitos de la casa del terror. Maravilloso artefacto. Pero está la noria. Y solo por la noria debía bajar. Por mis hijos, por mis amigas, por mi familia. Sí. Pero por mí. Sobre todo por mí. Dice el cantautor jienense en una de sus poesías cantadas «Que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Y contraviniendo tal consejo, durante los últimos años, he creado nuevos recuerdos yendo, no sin temor, a esos lugares, que no han sido pocos. Pero sin sustituir ni olvidar lo anteriores. Solo desplazándolos a un rincón confortable, sin anhelo, sin tristeza. Los observo con serenidad y miro aquí, ahora, y veo que estoy donde quiero, con quien quiero, y que lo que tengo es una lotería intangible, un premio que no es gratuito, que no está exento de un alto pago. Miedo. Terror extremo. Pero amor verdadero. Y así como subí hace mil años a la noria con mis amigos, aquella noria que iba frenética y en la que solo tenías una barra a la que agarrarte, aquella noria a la que subí con mi novio, ambos aguantado el vértigo, aunque él más que yo, porque yo no lo puedo ocultar. Ya no iba tan rápido, pero todavía tenía prisa. Ahora debía subir de nuevo a ese lugar en el que fui feliz, porque yo no vivo en el recuerdo, y no pienso que la felicidad sea un estado definitivo, sino una construcción diaria, con mis niños, los que, yendo la noria a 2m/s dentro de un cubículo acristalado fueron ellos los que mataron a la araña por mí. Cualquier tiempo pasado fue mejor, pero el presente tiene valor precisamente porque jamás volverá.  Es efímero, único, y todo lo que vives forma parte de tu ADN. Solo tú decides qué hacer con este presente. Yo decido subir a la noria. 

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