Más que cumbre, pasarela

Antonio Pérez Henares
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La cita sobre el clima de Madrid ha estado vacía de argumentos científicos y compromisos, así como de propósitos que calen en la opinión pública

Más que cumbre, pasarela Foto: Sam Simmonds

La contaminación es, sin duda ni pero que valga, uno de los problemas de mayor trascendencia a que se enfrenta hoy el mundo. Un asunto de escala y dimensiones planetarias ante el que urge tomar medidas y lograr aunar una respuesta de similar escala al reto que ha de afrontarse. Eso es lo esencial, lo incuestionable. Cosa bien distinta, en mi humilde parecer, son las derivadas que, a partir de ello, se proclaman por parte de algunos. Sobre esto, ya tengo más reservas y procuro no lanzarme a suposiciones sobre lo que desconozco y me parece que en muchos casos no pasan de predicciones que pueden, o no, resultar ciertas.
Sin embargo, esto es accesorio. Lo esencial es que el ser humano, con su hipertrofiado éxito y actividad como especie está poniendo en peligro a la propia Tierra. Es innegable que lo que se está arrojando sobre ella y a su atmósfera no puede tener otra cosa que un efecto perverso, el que fuere, no sabemos bien del todo en qué sentido, aunque una mayoría científica se alinea con la posibilidad de un calentamiento creciente y desbocado que tendría consecuencias catastróficas.
 Cierto es que el clima es ante todo cambio, que se han sucedido en el planeta momentos cálidos con glaciaciones, la última desde hace 30.000 y hasta los 10.000 años y que hasta en un período interglaciar como el que ahora vivimos ha habido grandes oscilaciones. Por ejemplo, la Edad Media, al revés de la imagen que la ficción cinematográfica y el prejuicio no ha hecho creer, no fue, para nada, un tiempo hostilmente frío sino, al contrario, de muy suaves temperaturas. Los viñedos mediterráneos llegaron hasta Londres y los vikingos bautizaron como Tierra Verde a Groenlandia porque así la contemplaron tras deshelarse en gran parte. Por el contrario, también hubo otro intervalo donde Europa se pasmó de frío, la pequeña Edad de Hielo que congeló los siglos XVII y XVIII. O sea, que los cambio climáticos han sido lo natural y consustancial con la Tierra, y que donde un día se bañaban los hipopótamos para preservarse de calores africanos al cabo de un tiempo eran los mamut quienes señoreaban las ateridas estepas. Pero ahora, es otra cosa, este cambio climático lo estamos provocando nosotros y seremos responsables de lo que ello nos traiga. En plata, que si arrojamos de continuo mierda hacia lo alto lo único esperable es que nos acabe, de una forma u otra, cayendo encima.
 Atajarlo es una cuestión tan decisiva y urgente como peliaguda. Con una dificultad trascendental. Que los países que más contaminan son los más reacios a ponerle freno. O sea China, un 31%, Estados Unidos e India por poner tres ejemplos señeros que hacen bastante inútiles los esfuerzos que pueda hacer Europa entera. Y otro más, las naciones que intentan conseguir una mejoría y salir de su subdesarrollo responden que a ellos que no les miren. Que es su turno y los ricos no les pueden pedir tal cosa. Vamos, que los acuerdos parecen difíciles y los cumplimientos más aún todavía.
 Pero de eso y en lo que llevamos de Cumbre en Madrid uno no ha oído apenas nada. No se si ahora al final saldrá algo, pero hasta el momento más bien nada. Jefes de Estado de peso y demografía por Madrid no ha asomado ni uno. Tampoco ha trascendido aportación relevante científica que haya calado en la opinión pública. Lo que ha habido ha sido pasarela, mucha pasarela, mucho desfile, mucha pose, mucho postureo, mucha foto, mucho selfie y mucho nada. Una niña enrabietada se ha convertido en el oráculo mundial tras la que andaban como lemming centenares de cámaras de televisión a ver qué grito daba o cómo hacía un viaje en barco de vela. No faltaron actores que vinieron a hacer lo suyo: actuar. Lo hizo nuestro Bardem bastante zafiamente y, con mucho más empaque, Harrison Ford, que vino en su avión privado y a quien, al verlo caminar, uno no podía dejar de echar en falta, a sus pies, la alfombra roja. Hubo también nutridas representaciones indigenistas de los más variados orígenes, aunque alguno de los que más hablaron llevara viviendo por los madriles, y muy subvencionado, ya hace más de tres decenios.
hartazgo. De eso, la Cumbre de Madrid ha tenido mucho. Ha tenido tanto, de gretas y de artistas, que la impresión al concluir es que en eso y solo en eso se ha quedado. Tal vez no será así, pero eso es lo que en la retina de las gentes prevalece. Eso y un cierto hartazgo de un mensaje lacrimógeno donde todo sonaba a profeta clamando : «¡Arrepentíos! ¡Confesad vuestros pecados, ayunad y echaos ceniza sobre vuestras cabezas, porque el fin está próximo!». 
Uno, en su descreimiento creciente, hubiera preferido menos de estos espectáculos y algo más de concreciones, medidas y compromisos. Y que, en vez de glamour, hubieran venido los que en verdad pueden hacer algo.

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