Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Mejor sólo que mal acompañado

11/03/2023

Soy solotildista. Siempre lo he sido. Lo reconozco y no me arrepiento de serlo. Hasta hace unos días no presumía de ello, pero ya sí. Debería usted entender que hay cosas peores.
La tilde en la palabra solo ha generado en los últimos días más controversia, más reacciones, que cualquier palabra que sale de la boca de Irene Montero. Y mira que eso es complicado. La verdad es que, hay algunos medios que se tiran en plancha en cuanto hay la más mínima variación normativa por parte de la RAE, por mucho que desde muchas ópticas algunas de esas resoluciones parezcan no sé si interesadas, pero cuanto menos extrañas. Pasó con el COVID. ¡No, hombre, es que hay que diferenciar el virus con la enfermedad, esa palabra se debe escribir precedida de un «la»! Y yo pensaba: ¡Como si nos diera por hablar de «la» cáncer! La Real Academia de la Lengua, esa que antaño limpiaba, fijaba y daba esplendor, señalaba esto en concreto al respecto del acrónimo que partía de la expresión inglesa COronaVirus Disease: «Se usa normalmente en masculino, por influjo del género de coronavirus y de otras enfermedades víricas –como el zika o el ébola–, que toman el nombre del virus que las causa. No obstante, el uso en femenino –como el de la OMS en sus páginas en español– está justificado por ser el nombre femenino enfermedad, el núcleo del acrónimo». Cómo nos gusta buscar tres pies al gato. Cuando las cosas funcionan dicen los sabios que no hay que tocarlas. Yo apuntaría que no hay que tocarlas al menos sabiendo que se van a empeorar. 
Pero, como en casi todo en la vida, hay dos o más caminos. Y, casi siempre, hay que elegir uno. Y no siempre acertamos. En el caso del término solo, los autores, que saben que en las escuelas durante muchos años nos han hablado de la tilde diacrítica y de que sus relatos tenían un sentido u otro si llevaban o no el golpecito de tinta, no tragaban la equiparación total. La visión de los lexicógrafos, mientras tanto, es más ortodoxa que la solemnidad de las reuniones que nos hacen seguir viendo a la RAE como una institución que, se esfuerza con alguna gracieta en acercarse a los tiempos que corren, pero que necesita una pátina de Pronto echando virutas. La Docta Casa sigue siendo esa Academia que da paraguas a una lengua que es el mayor tesoro que tenemos como país, y que nos encargamos de vapulear de las maneras más diversas. En los mal llamados territorios históricos, porque es más molón hablar en catalán, en gallego o en vasco –esto tiene mérito–, que eso nos diferencia y para eso estamos aquí. En el resto, con la utilización de términos anglosajones porque eso nos hace parecer más estupendos y así demostramos que los ahorros de nuestros padres estuvieron bien invertidos, al menos con la asignatura de inglés. Si bien, a la hora de parlar un poquito la lengua de Shakespeare, nos entre la risa floja como cuando aprendíamos en sexto la reproducción sexual. En reuniones con publicistas o expertos en marketing, puedes captar en castellano, si andas avispado, dos de cada diez palabras. Y casi siempre se trata de palabrotas. 
El Diccionario Panhispánico de Dudas volverá a apuntar algo que muchos hacíamos, aunque seguramente proyectásemos el mal en la tierra –no como esos medios de los que hablaba antes, que se suben rápido al carro que más les conviene–. Y eso que hacíamos no era otra cosa que tildar cuando existía riesgo de ambigüedad. Soy tildista, lo reconozco.
Ha habido voces especialmente vehemente y beligerantes con aquella decisión que se tomó hace una década. Por ejemplo la de ese tipo, Pérez Reverte, que en ocasiones cae mal a una parte del espectro político de nuestro país, pero también al otro. El típico que capta la atención, al que muchos siguen en una conversación, y la mayoría le da la razón. O el que está en una mesa redonda de palique y, si miras a tu alrededor mientras él habla, casi todos asienten.
El acuerdo, que es lo importante, se ha adoptado por unanimidad. De manera que volvemos a lo que había antes de 2010, a lo que nos habían enseñado en el colegio, y en su día entendimos como una cosa bastante razonable. No porque lo dijeran nuestros maestros, sino porque tenía cierta lógica, y las cosas con lógica ya se saben que entran mejor… 
La broma ha dado para mucho, hasta para titulares en los que se jugaba, de manera poco afortunada, con el verbo despenalizar para hablar sobre la posibilidad de acentuar el término solo. Algunos seguramente hayamos sido delincuentes a los ojos de ciertos expertos durante los últimos trece años, aunque si hablamos de acentuar, sólo me sentí solo cuando no lo hice. Ya me entienden.