Pablo Garcinuño García

Vísperas de nada

Pablo Garcinuño García


Miedo tamaño sandía

03/04/2022

Hasta tú te has dado cuenta de que tenéis que andar con ojo. Cautela, mucha cautela con lo que habláis. Es seguro que M. contará al primero que se encuentre lo último que escuchó en casa. Los frutos de tu boca revelados desde las profundidades del Seol hasta bien arriba, en lo alto del todo. Hay en sus labios como fuego ardiente, ¿sabes? Te cruzas con una vecina en el portal y a lo mejor le suelta que tiene una bici roja. O que su gata Once esta muerta, bien muerta. O que su mamá tiene un bebé en la tripa del tamaño de un aguacate.
No conocías esa aplicación móvil que te dice el tamaño de un feto comparándolo con frutas y tubérculos varios, ¿verdad? Qué vas a conocer tú; si andas igual de perdido que con la primera. Igual o peor porque ahora crees que sabes a lo que te enfrentas. Y no tienes ni idea, ciertamente. Miedo es lo que tienes: un miedo tamaño sandia. Un terror rojo y con pepitas, casi todo agua. Tan grande que cuesta mucho trabajo llenarlo entero de gritos. Así que has elegido el silencio. Tengo miedo. No, hombre, si no pasa nada, ya verás; estate tranquilo. Tú calla.
Casi sin darte cuenta será de noche otra vez. M. dormirá en su nueva habitación de niña mayor. Hay olor como a lapicero por las paredes, pero ella huele a tierra y gomas del pelo, así que compensa una cosa con otra. En el salón, los dos adultos en medio del conticinio. Espero que sepáis bien lo que estáis haciendo. Ya sé que tú no, pero ella. Quizás ella sí lo sepa. Ponme la mano aquí. Dentro hay una mazorca de maíz o un mango. Hoy creo que es del tamaño de una toronja.
Le tocas la barriga y es como acariciar el salpicadero de un taxi, igual. O la tapa de un yogur por dentro. ¿Qué, lo notas? No te quedes callado ahora, por dios, di algo. No sé; a veces parece que. Pero en principio casi es seguro que no siento nada. Así vas mal, chaval. Vuelve a poner la mano. No respires. Ni se te ocurra pestañear. ¿Ahora? Ahora sí. ¡Ay, madre! Sí, sí. Ahora sí. ¿De verdad? No, en realidad no. Pero a ti qué te pasa. Por qué haces este tipo de cosas. Me pongo nervioso a veces, solo es eso.
Pega la oreja al ombligo. Escucha la estampida de elefantes. No oyes nada, pero te aseguro que está ahí. M. habla con su hermana la papaya sin tantos problemas. Podías aprender de ella. Si me ves en lo cierto, sígueme. Pero antes aleja de ti esos pensamientos. Tú quieres que te digan que todo va a salir bien antes de entablar una relación más profunda con tu lechuga. Y eso tampoco es posible. No todo es palpar y ver; hombre de dios. Meter el dedo en la llaga. Hay otras cosas. Creer que. Esperar a. Soñar con.
Aquí cada día es una victoria porque el mundo puede irse al carajo en el momento menos pensado. Una contrarreloj inversa: la cuestión es mantenerse mucho tiempo en pista. Cuando veas el cartel de meta te me das la vuelta y sigues pedaleando, ¿está claro? Ahora acabas de ganar un reglón y pico respecto al inicio de esta frase; que te puede parecer poco pero que en realidad es un universo entero. Los dos muy quietecitos: ella por la calabaza de agua de su tripa, tú por la espalda. Al final estas serán vuestras únicas clases de preparación al parto. Ser padre es un poco así. Pararte. Estar muy callado. Ganar un poco de tiempo. Rezar a alguien para que todo les siga yendo bien.
Precisamente hoy te han dicho que tiene el tamaño de una coliflor.