José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Juan o nada

31/03/2023

Les pido perdón, estimados tres lectores, por la osadía del título; debiera de ser retirado como algunas camisetas de la NBA y no ser usado más. Seguro que habrán notado el plagio a Jaime Campmany y su 'César o nada', prodigio de necrológica parida en insomne noche de invierno romano hace casi sesenta años. Cuentan que, al acabar de teclear de madrugada, dijo a su mujer: «¡Conchita, hazme un café, que con este artículo acabo de ganar el Cavia!». Sí, se llevó el Mariano de Cavia–el Óscar del columnismo– por ese llanto a la muerte de César González Ruano, otro genio –¿el genio?– de la columna periodística.
Decía Campmany que los artículos de opinión son elásticas y calientes liebres, hogueras donde se abrasan vivos los vendedores de humo. Flores literarias que nacen al alba y muere de noche, como la lorquiana rosa; recuerdo, aroma, fuente cegada, callada música, nada, nada, nada. Palabras para hoy, solo para hoy; mañana Dios dirá. Los columnistas, hasta los malos, sabemos que estos seres que se desvanecen con el día nacen de una idea, una esquiva semilla que luego hacemos crecer en las macetas de nuestros teclados. Sin ideas no hay artículos, que son solo la vestimenta con la que ornamos la pepita de oro hallada en la batea. Escarbamos la actualidad hasta dejarnos sangrantes las uñas, desnudamos impúdicamente nuestro yo más íntimo, abusamos de anecdotario de amigos y conocidos, copiamos –yo hoy– a otros. Todo por conseguir el maná, por la chispa inspiradora que obre el milagro otra vez.
Ávido lector de columnas, siempre me pregunté dónde estaba la veta de diamantes, de dónde obtenían las ideas aquellos que tanto admiré: Haro Tecglen, Vidal, Campmany, Martín Prieto, Amón, Umbral, Umbral, Umbral. Muchos otros después. Pero Juan me llevó de la mano a trabajar en la mina. Lo contaba en maravillosa y atinada semblanza Juan Carlos Huerta el lunes en estas páginas: «anotaba en servilletas de papel las ocurrencias y disparates que cazaba al vuelo entre el sonido de las copas y el humo del lumpen». Es cierto, cuántas noches he sido testigo, cuántas servilletas no le habré visto garabatear. Cuántos de esos garabatos no fueron tonterías que salieron de mi boca. Cuántas veces una idea absurda, mariposa de la noche, tornaba días después en lúcida reflexión, en estructurada historia, se cubría en el Diario con el ropaje de tres mil caracteres bajo el seudónimo de «Urbano», ante mi asombro lector.
Sé lo que no soy y lo que nunca seré. Nunca ganaré el Cavia, por muchas columnas que pueda escribir. Y sé que Juan «Zambombo» Ruiz Ayúcar no tenía nada que envidiar a González Ruano. También tenía entrada libre en los corazones y en las cloacas, se daba aburridas vueltas por las recámaras de los refinados, se ocupaba de los seres celestes que lloran la huida de un canario o la pérdida de una sombrilla, de toda la canalla adorable y maldita, se dejaba el alma en cada artículo. Nunca podremos adivinar hasta qué punto ejercía, con la máxima seriedad profesional, el oficio servil y sublime de reírse de todos nosotros. Y cuando me dieron la noticia, al igual que Campmany al cerrar su magistral columna, yo también apreté los dientes para que no se me saliesen las lágrimas.

ARCHIVADO EN: NBA