María Ángeles Álvarez

Musgo sobre granito

María Ángeles Álvarez


Los ojos de Amadora

30/04/2023

Muchas veces nos conocemos de manera mas íntima con la mirada, sin necesitar miles de palabras y largos ratos de conversación. Los ojos a veces aparecen como puentes que nos llevan al interior de otras personas, nos dejan ver aspectos nuevos y otras perspectivas vitales. Esto es lo que sentí, impresionada por los ojos de los niños del Mombeltrán de principios de siglo XX, cuando visité las salas del nuevo museo etnográfico que el Ayuntamiento de esta localidad ha abierto en el Antiguo Hospital de San Andrés magníficamente rehabilitado como Museo.
 En las salas con todo el material etnográfico cedido por los vecinos aparecen las distintas estancias de la vida del pueblo, las alcobas, los sobraos, las entradas de las casas donde se guardaba el ganado, la elaboración del vino y del aceite, los quesos, la miel, la botica… Elementos que tienen un valor sentimental profundo para los vecinos que vuelven a encontrarse con parte de su vida, con cosas que ya habían olvidado pero que les envían inmediatamente, como en una maquina del tiempo, a su propia existencia, a la de sus padres y abuelos. Era entrañable ver la emoción de los vecinos y con qué gusto explicaban todo a los visitantes, orgullosos de su pasado y de sus raíces.
Llevo años disfrutando de la belleza natural y arquitectónica, así como del trato afable y cercano de los vecinos de las Cinco Villas en Ávila. He analizado la botánica que me apasiona, el suelo, los caminos siempre frondosos y llenos de belleza, las rocas, los manantiales y fuentes, las ermitas, los rollos jurisdiccionales y las iglesias, y siempre he intentado encontrar detrás de todo al hombre y la mujer que se esconden en el pasado, los que han configurado estos pueblos en lo que realmente son, los que han arado, cultivado, acarreado carros de mulas. Los que han recogido los huevos y han fabricado el vino de pitarra en los cántaros y tinajas. Los que se impresionaban dentro de la iglesia de san Juan Bautista de Mombeltrán con trazas de catedral, rezando detrás de una reja magnifica que los apartaba de todo, sentados en el suelo con los pies descalzos.
Esa sociedad de nuestros abuelos y tatarabuelos que dista de nosotros mucho mas que un siglo, porque hemos pasado de una economía de subsistencia que nos habla del pasado mas remoto de la humanidad, al s. XXI donde todos los habitantes tenemos un teléfono móvil en el bolsillo estamos al tanto de lo que pasa en todo el mundo en cuestión de minutos. 
Y lo que me impresiona es sentir que, aunque estemos dentro de esta falla del tiempo tan salvaje, somos los mismos y no nos podemos conocer si no nos reconocemos en nuestros antepasados, con todas estas cosas que la etnología recoge.
Cuando veía las fotos antiguas que expone la muestra, mi mirada se quedó en los ojos de esos niños de antaño, con sus ropitas sencillas hechas por sus madres, los pies descalzos y sobre todo con unos ojos que como linternas aun alumbran mi interior algunas veces. Unos ojos que nos llevan a otros lugares que estaban en donde ahora vivimos y paseamos, que ponen el elemento humano que está presente en este Museo.
Hace años me gustaba hablar con una señora muy especial, llena de viveza y ternura que se llamaba Amadora y vivía en San Esteban del Valle. Me hablaba de la vida de antes, de las recetas que hacían cuando llegaba la Pascua o la Navidad, de cómo hacía las conservas, de cómo tenían que ir a trabajar desde niñas a la capital, en un momento en el que se iba a lavar la ropa de la casa al Rio Adaja y con los nudillos se rompía el hielo. Los ojos de los niños de esta exposición me han puesto inmediatamente en este lugar narrado, y con la fuerza de la fotografía, con su viveza que aún mantiene después de casi un siglo, nos cuenta mas cosas que miles de libros y nos pone nuevamente en contacto con los vecinos y amigos de antes, con Amadora, sus ojos de niña aún en esa cara de mujer anciana, con los que me miraba hace unos pocos años.