José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Ruinas

05/03/2021

Giambattista Piranesi fue un arquitecto, artista y arqueólogo del siglo XVIII italiano. Quizás no les suene, reconozco que a mí tampoco hasta que he acabado un fabuloso libro que lleva su nombre por título. Pero seguro que sí que han visto alguno de los grabados que le hicieron famoso. Su serie «Prisiones» pergeña góticas y laberínticas salas con escaleras que suben y bajan a ningún lado, sirviendo de inspiración a M. C. Escher, pintor de los imposibles. Pero ante todo fue, con «Le Antichità Romane», el retratista de las ruinas romanas; desoladoras e hipnóticas imágenes de los restos del imperio a través de sus edificios más icónicos.
Hablar de ruinas está de moda. Parece que fue ayer, queridos tres lectores, cuando entrábamos en el circular hall de la todavía estación de autobuses, sin la coletilla de «antigua», a cotillear los horarios de los coches de línea — tonto de mí, hace poco me di cuenta de que se llamaban así por contraposición a los de punto, actuales taxis— o a acudir a alguna de las escasas tiendas que quedaban. Y ahora nos dicen que el edificio está en ruina, término que, solo sea por su etimología ligada al hecho de caer, no me cuadra. Algo descuidadillo sí, cual casa de pueblo recibida en herencia tras años sin ir, pero desmoronándose no lo veo. Aunque la ruina que se le achaca no es física, la que entendemos todos cuando contemplamos las Gordillas, la Fábrica de la Luz o tantos destrozos a lo largo de nuestras calles a los que sí que da miedo acercarse. Su ruina aparentemente es de insolvencia: dicen, afirman, cuentan, aseguran, que cuesta más rehabilitar la estación de lo que vale; me parece que en este caso aplica —con perdón— lo de confundir valor y precio, que decía Machado.
Todo edificio tiene un potencial innegable. Si se abandona durante años, transita de vulgar contenedor de personas y cosas a molesta ruina, primero, para luego, esperando lo suficiente, llegar a ser un BIC, un «bien de interés cultural». Si encima es derruido con alevosía —y ruindad, por completar la familia léxica— cual Fábrica de Harinas, se instaura en la memoria colectiva. Quizás sea la solución para el de San Antonio; dejarlo vegetar hasta el 2200, cuando la corporación de entonces ponga todas las medidas de protección e incluso el Moneo de turno restaure mezclando acero y fibrocemento, ladrillo con plexiglás.
Las ruinas definen el paisaje urbano tanto o más que las nuevas construcciones. Son el vestigio de lo que fuimos y el fanal de la decadencia que nos acecha. Fingirlas para deshacerse de ellas, reemplazándolas por funcionales y lucrativos nuevos espacios, no evita lo que nos carcome y amenaza, aquello que no elimina la dinamita o las palas excavadoras: la ruina moral. Ávila nunca ha sido el centro del universo, cual Roma de Piranesi, pero se encamina, pese a derribos, solares, ofertas, proyectos, hacia un triste paisaje de ruina económica, social y vital. Mas quizás no sea así y, como nuestra querida vieja estación, lo que necesitemos sea solo algo de mantenimiento, porque sabemos que nosotros valemos mucho más que cualquier declaración de ruina con que quieran amenazarnos.
#Ávila, 5 de marzo. Día 2542 de #LaViejaEstación: todo mi cariño, Pepe.