Ismael del Peso Jiménez

Los hollines de las llares

Ismael del Peso Jiménez


Cabra montés, esencia y alma de Gredos

13/03/2023

No se imagina Egipto sin pirámides ni faraones. Son cimientos conceptuales tan arraigados en la simbiosis de su propia naturaleza, que no se concibe el uno sin el otro. Como la hoguera y el humo como el trueno y la tormenta, como el rocío y la mañana. 
Gredos no sería la misma sin el icono que la define y la identifica. Gredos y la cabra montés, son un binomio tan consustancial y complementario como la Sierra de la Culebra y el lobo. Una yunta de bueyes uncidos mansamente con el mismo yugo, aparejados con la magia de las mismas coyundas y gobernando ambos la mancera del mismo arado, obrando los dos la misma labor.
Cierto es que a punto estuvo de desaparecer el icono de Gredos. Pero fuera por destino o por lo indisoluble de su naturaleza, el Rey Alfonso XIII con la ayuda inestimable del Marqués de Villaviciosa de Asturias (Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós) logró con la creación del Coto Real de Gredos en 1905 perpetuar el matrimonio entre cabras montesas y Gredos, sellando su blindaje con alianzas y capitulaciones, cuando apenas quedaban en toda la sierra dos o tres docenas de ejemplares. 
Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. 
"La cabra de Gredos queda protegida por mi nombre. Contrata la guardería y yo sufragaré los gastos con mi propio peculio. Vete a Gredos y organízalo".
Donde no alcanzaron las balas de los rifles con disparos a larga distancia, llegaron el ingenio y la pericia. Y de la puntería con el gatillo al pelo y la mira muy fina, se ocuparon el hambre y la necesidad.
 Se cazaron cabras untando las puntas de las flechas de arcos y ballestas con infinidad de pócimas a base de tóxicos y venenos paralizantes extraídos a partir de las boticas que proporciona la propia Sierra. Hubo muchas y diversas, pero sería la hierba de los Ballesteros la más ampliamente utilizada. 
Largos tablones en frágil equilibrio, sostenidos por un contrapeso a modo de balancín, y en cuyo extremo se había cebado previamente con higos secos y un buen puñado de sal, fueron tendidos en los bordes de profundos precipicios. Las cabras, siempre desafiando la gravedad se precipitaban al vacío, y en lo profundo del barranco los hombres se aprehendían de la presa. 
Su carne se dejaba curar al oreo y al humo para hacer tasajo. Si eran chivos jóvenes se cocinaban con patatas o arroz para mitigar el hambre. 
El ser humano siempre ha sentido temor y devoción por aquello que desconoce. En los feudos graníticos de las grandes águilas, la erosión y la fuerza de la naturaleza labraban pareidolias líticas que horadaban las cimas de peñascos inaccesibles. Sólo las grandes águilas saciaban la sed en aquellas aguas mágicamente recogidas, inaccesibles y prohibidas para el resto de las criaturas de los feudos de la Reina de las Aves.
Por encima del águila no vive nadie y no vuela nada. Solamente la cabra montés osaba usurpar aquellos abrevaderos privativos, imposibles y prohibidos al resto de los seres de la Creación. 
Pero la Reina de las Aves es implacable. No comparte gratuitamente los abrevaderos de sus feudos y en el 'quid pro quod' de un equilibrio desigual, la cabra montés usurpa el agua de las águilas y las águilas roban los retoños a las cabras. 
Al hombre le fascinaban sobremanera aquellas cualidades virtuosas de las cabras y tiñen al macho montés con los colores de la magia, la leyenda y la superstición. 
La sangre del macho montés quebranta los diamantes y da fuerza y vitalidad a los que sufren de anemia. En los ganados combate el mal de las ovejas 'convalías'. El brebaje de sangre de macho montés y sus tuétanos es el contra veneno para mordeduras de víboras y picaduras de escorpión. 
La sangre del cabrón que haya comido mucha hiedra mezclada con el zumo de esta yerba deshace las piedras del riñón y la vejiga. 
La aplicación en los ojos de los pulmones del macho montés aún caliente (en un intento de arrebatar su espíritu y la esencia de su magia) o restregarse los párpados con la hiel, aclara y afina la vista y deshace las cataratas. 
Los cuajos de los cabritos que no hayan probado pasto, a modo de apósito o cataplasma en hembras fértiles, favorece la preñez al aplicarlas durante la ovulación. 
Los cuernos bien quemados y molidos, reducidos a cenizas, desinfectan las encías y encarnan las llagas de la boca. 
El cuero de las monteses nunca pierde el olor a bravío y a montuno. Por bien curtido que esté no pierde jamás su esencia y en los cambios de humedad se intensifica. Como si el animal regresara de entre los muertos con las lluvias.
A tenor del símil de la resurrección, las pieles de cabra serán objetos de culto a la vida eterna y el escudo protector contra la muerte. Arroparán los bebés en la cuna y cubrirán el cuerpo de los corderos huérfanos en la soledad de sus noches. Servirán de banzos y mortajas en los sepelios de los mejores perros con la esperanza de su regreso.
 Serán el mejor de los atuendos en la caza por vaqueo. Hombres ataviados con pieles de cabra y cencerros en el cuello y la cintura que, mezclados en los rebaños, lograrán acercarse lo suficiente a la presa para darle muerte. Y servirán así mismo de lecho para el descanso y reposo del enfermo, esperando que esa resurrección y la inmortalidad que esconden las pieles de las monteses ayuden a su pronta recuperación. 
"Abracadabra, pata de cabra…".
Las pezuñas y tejuelos de la cabra servirán como amuleto y talismán. Para impregnarse de esa magia que les maravilla alcanzando lo inalcanzable y escalar lo inexpugnable. "Salta el chisme de boca en boca como la cabra de roca en roca".
Durante el celo, los machos monteses escupen a las hembras y se escupen entre sí. Tiran el sombrero en señal de duelo y ambos rivales se baten a topetazos allí donde sólo las águilas alcanzan. Lo llamaron 'esporriar'. Y donde aquellos cabrones monteses esporrían, recoge el hombre los restos del elixir de la saliva a los que se atribuyen poderes de fertilidad, fecundidad y estimulante de la hombría. 
Y si no es de ley hablar de la penicilina sin mencionar a Flemming, no es de ley una sola palabra de las cabras montesas sin mencionar a Arturo González. Nadie tiene en el corazón la devoción y la pasión incondicional que Arturo siente por Gredos y por sus cabras. 
Uno de los principales medios nacionales de comunicación se hizo eco de esta circunstancia dando luz y visibilidad a su proyecto de homologación del trofeo de la hembra de cabra montés. (El Mundo, 13 de abril de 2021).
El icono de Gredos es riqueza para sus pueblos. Una importante inyección al erario público y a las huchas de los negocios locales en los que de una u otra forma repercute y revierte el ejercicio de la caza. Desde un hospedaje, una comida, tabaco en el estanco, repostaje en la gasolinera o incluso un simple café de buena mañana. "De lo que pasa entre las manos siempre queda algo entre las uñas".
Tierra de cantos y Santos. 
Entre duelos y quebrantos
En el esplendor de Gredos, 
Entre quebrantos y duelos
La soledad del granito. 
La grandeza de Arturito. 
Por encima del Águila no vive nadie 
no vuela nada. 
Y entre las sierras y el águila
sólo las cabras de Ávila.