Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


La vida paralela de Iglesias

18/02/2021

Pasar de una facultad universitaria –en donde le han consentido todo a base de ardides sostenidos en la manipulación y el chantaje– a dirigir un partido aupado sobre la mentira y la trampa y así llegar a una vicepresidencia del Gobierno de España, sorprende a propios y extraños.
Sus raíces ideológicas –personales e intelectuales– se plasman en cada una de sus actuaciones y sobre ellas ha levantado el edificio personal que ha impactado sobremanera en la sociedad española.
Su proyección se inicia en 2011 aprovechando la revolución de los indignados que pretendía alcanzar la participación democrática de la sociedad superando el statu quo existente a nivel político y económico –la casta– y potenciar una clara división de poderes. Esto hay que decirlo, recordarlo y destacarlo ante la paradójica situación que vivimos en España.
Asesor de países sumidos en el totalitarismo, democráticamente huérfanos, predicador de fácil oratoria, inquisidor de posturas ajenas, dio sus primeros pasos tímidos creando una sociedad política endogámica en la que solo se puede subsistir si se es fiel al líder.
Vendió siempre lo más llamativo: la defensa de los más desfavorecidos, lo que le permitió alcanzar notoriedad mediática –siempre sumisa a los «aires frescos» que se extendían por la sociedad española– y dominarlos poco a poco (a los medios) con sus salidas de tono y agresiones verbales que parecían querer cambiar el mundo. Y también ofertó la participación ciudadana como esencia de la nueva democracia y, tras auparse con el «control» de su entorno, decidió que la notoriedad política ayudaría a consolidar su idea de país.
Tras deshojar la margarita de la máscara totalitaria, alcanzó su meta con indescriptible regocijo, sabiendo que la coalición política le permitiría doblegar a aquellos que le necesitaban para sobrevivir. Como buen manipulador, listo y astuto, supo que podría caminar con paso firme mientras su compañero de gobierno mostrase que su única apetencia es la Moncloa. Por eso no solo jugó hábilmente sus cartas sino que impuso un estilo de gobierno que rechaza de facto la coalición en sí misma. Dentro-fuera, al margen o directamente, comenzó a desparramar viandas a su alrededor con el fin de pertrecharse todavía más no sólo al frente de su partido sino, también, en la dirección de orquesta del consejo de ministros.
Su torre de babel de personalismos varios comenzó a detectar inestabilidad cuando la democracia interna en su partido se iba diluyendo. Y, además, cuando su vida como vicepresidente, y ministro de una cartera que no desarrolla, impulsa una serie de medidas que sólo atañen a sus propios beneficios, la sociedad comienza a contemplar lo que hay detrás de la máscara: comunismo.
En apenas un año hemos comprobado como su vida se resume es una antología de engaños y mentiras, equívocos y desafueros que el tiempo ha logrado poner en su lugar. Su narcisismo, orgullo y prepotencia –actitudes inherentes de la izquierda– implica reproches, censuras e improperios totalitarios con los que intenta ocultar siempre sus propios vicios (machista y misógino) y desastrosas gestiones.
Ya como miembro del legislativo se convirtió en atosigador de maldades. Después, aprovecha la indolencia de su compañero de Gobierno para entrar en el CNI para saber qué se cuece en las entrañas de las «cloacas» políticas –recuerden a la Stasi en ‘La vida de los otros’– y poder condicionar, extorsionar y pretender expropiar todo lo que es de los demás: periódicos, viviendas, eléctricas…, además de la legislación y los símbolos de España. Jalea desde el púlpito político y señala a los demás para que sus huestes le sigan el paso en las redes sociales. Ese es su espíritu democrático y, mientras Sánchez guarda silencio, consigue derribar lentamente algunos de los pilares más sólidos sobre los que hemos levantado nuestra democracia, que no es la suya.
Tiene a sus espaldas un prontuario de improperios y exabruptos. Intenta amueblar su vida con ideas que pretenden destruir la de los demás. La sabiduría y la honestidad colisionan en su vida. Desafía permanentemente al sistema y, sobre todo, a los españoles que ya estamos hartos de tanta verborrea llena de disparates pero con clara intencionalidad de desequilibrar el sistema y llevarlo por la deriva actual.
Su vida gira en torno a un falsario, propagandístico y electoralista discurso sin límites, con el cual pretende hipnotizar y anestesiar, con grandes dosis de miedo, a todos. Tiene su propia máquina de fango, desde la que lanza injurias y excrecencias sobre todos los demás. Cazador de mentes, censor de informadores, impulsor de panfletos mediáticos, castigo de los particulares que lo hicieron bien en su vida (como ahorrar y tener propiedades), vende su ideología como la nueva religión.
Emocional, populista, el amigos de la «boutade» inquisitorial, demagogo sin estrecheces,  comunista burgués –como muchos de sus amigos– mientras se tiene la vida garantizada por el sueldo público que ha conseguido mediante engaños y manipulación populista (y no digamos toda la prole política que no ha hecho nada en su vida).
Uno de los últimos titulares mediáticos fue insultante: «No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España». ¿Será que él está dinamitando todo lo que teníamos construido? Porque aquí el único que habla de limitar la libertad de expresión y opinión (de los otros), de destruir la economía familiar (de los demás), de censurar la vida educativa, religiosa, moral, cultural, histórica o sexual (de los demás), denigrar los valores y referentes de la sociedad española o controlar la justicia, es únicamente él. Pero, de momento, quiere seguir aforado, por lo que pueda pasar. ¡Eso sí que es democrático!
Como toda «la casta» que denigraba, ahora se ha convertido –parafraseando a Pérez-Reverte en ‘Hombres buenos’ (p. 419)– en un personaje que ha perdido el contacto real con la vida, un parásito retórico que se nutre de todos los que le rodean intercambiando vanidades y favores. Es decir, que solo en el grupo morado hay plena normalidad democrática; solo ellos tienen razón. Tomemos nota.