Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


2023, bajo el ala

31/12/2022

Uno, que ya va sorteando eso que antes llamaban la mediana edad, no se cree lo de los propósitos de año nuevo. Aunque a veces quiera caer en la tentación de poner un muro de metacrilato cada doce meses. Y es que la transparencia que debemos autoexigirnos viene a sugerir que de lo que se dice a lo que se hace va un mundo. 
Un servidor no se cree, vaya, lo de pagar la cuota del gimnasio para que luego no te reciban con una iluminación al estilo de aquel programa cada escasa que asomas la cabeza. «Lluvia de estrellas» lo llamaban. 
Tampoco da crédito a lo de ver en los pocos quioscos que van quedando –y nadie sabe lo que arde por dentro a los que hemos tecleado durante décadas todo tipo de noticias, artículos y mandangas, que luego se leían en papel–, que siga habiendo colecciones por tomos que no completa ni el alcoyano, con su moral a cuestas. No digo nada sin son de modelismo. 
A estas edades, uno ya huye de aquel que llama o felicita desinteresadamente por estas fechas, para sorpresa incluso del teléfono móvil, que vibra como si tuviera tos, porque también se huele que a la vuelta de la esquina buscará cobrarse la excelsa cortesía mostrada con algún que otro favor. 
Sí es cierto que la gente cambia. Y resulta que el tiempo, sorprendentemente, pone a todos en su sitio, incluso a uno mismo. Le hace templar gaitas en cuestiones que antes le quitaban el sueño. Aunque éste, todo sea dicho, cada vez vaya más ligero. 
Uno se sorprende refunfuñando por lo que ve –como les ocurría a nuestros padres–, porque no acaba de entender ciertas tendencias, gustos o mecanismos sociales que terminan imponiéndose en un entorno que, por fortuna, dispone de automatismos y salvaguardas, por lo que, como llegaron se irán. Y verán: no estamos tan mal. Por mucho que nos quejemos. No hay para comer, pero sí para un buen teléfono móvil, ¿verdad? 
El tiempo, que cada vez vemos más finito, porque nos sigue faltando en las horas que componen el día, nos convence de que lo importante está bajo el ala, no volando a cientos de kilómetros. 
No digo nada que usted no conozca, amable lector, pero es obvio que la vista se cansa a ciertas edades, si bien su finura mejora en ciertos aspectos, dado que permite dimensionar mucho mejor las distancias, los afectos y, también, las alegrías y desilusiones. Y lo dice uno que ha sido abanderado en los juegos olímpicos de los más inocentes. Varios podios he ocupado a lo largo de mi vida en ese ámbito... Pero, como en los partidos perdidos, más que sentir la derrota, he notado la enseñanza de cada momento. Con eso me quedo.
Ya no nos preocupa lo más mínimo lo que nos desconsolaba hace dos o tres décadas. Ahora, con la frente marchita pero la cabeza bien alta, nos sale del alma aquello de: a quien no le gusta, que no mire. Da igual que pueda sentar bien una reflexión, o no, el mundo sigue girando. Y nosotros con él.
La experiencia, que es la madre de la ciencia, te muestra con holgura que todo el mundo mira por sí mismo -como es lógico-, de manera que en un contexto de egoísmo, puro y duro, uno estoicamente acaba profesando esa misma doctrina, el ombliguismo. Aunque nos pese, aunque nos educaran para alcanzar otras cotas.
Suena de fondo Wish you were here, por quienes ya no están, y Ávila sigue siendo la ciudad que más descarada e impunemente incluye en su núcleo urbano vehículos sin luces intermitentes (flipante). Seguimos todavía a oscuras en multitud de calles de la capital amurallada, incluso a ciertas horas de la tarde.
Pero volvamos al futuro, como Marty McFly: ni el gimnasio ni los  fascículos para aprender idiomas nos esperan, aunque estoy convencido de que sí aguardarán nuevas emociones. Nos sucede a todos los que no sabemos dar un no por respuesta. Ese, ahora que lo pienso, sí debería ser un propósito a testamentar: mira por ti, que si no lo haces tú, ya me dirás quién va a hacerlo. Habrá que ir aprendiendo para, por ejemplo, no llegar a cada viernes como si hubiéramos hecho la maratón de Nueva York. Porque uno opta por vivir un día de fiesta y tarda tres en recuperarse (no exagero), cuando antaño las manecillas del reloj marcaban otro paso. Ley de vida. Falta de costumbre. Viejunismo, qué coño. Miraremos más bajo el ala y trabajaremos todavía más lo que de verdad importa. Ya me entienden.

ARCHIVADO EN: Alcoyano, Nueva York