José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Antiguo y de ocasión

19/05/2023

No se refiere a mí el título, estimados tres lectores, aunque haya sumado esta semana un año más a mis canas y me note viejuno y de saldo. Quiero hablarles de libros. Ya conocen el dicho: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Tres objetivos vitales muy similares: todos parten de una semilla que hay que hacer germinar, crecer y mutar en algo con vida propia.
Los libros son improbables esperanzas de autores y editores, trabajados viajes de lo intangible de una idea hasta la tinta y el papel, nasciturus a los cuales no les vale con la pluma, sino que precisan también de la placenta de la imprenta. No todo lo escrito se edita —aunque la autoedición ha llegado y no sé si para bien, la verdad—, no todo lo editado se imprime. Y si se hace, cada vez hay más ejemplares en el carrusel consumista de nuestros días que se quedan en la imprenta, embalados en fríos plásticos, carne de vertedero donde retornan a pulpa de papel. Los más afortunados alcanzan las librerías, pero allí se enfrentan a un futuro dickensiano. Son huérfanos que se acicalan y miran ansiosos cada vez que cruza la puerta un comprador, esperando ser elegidos entre los demás y alcanzar un hogar. El paroxismo lo obtienen si el padre o madre adoptivo luego los hojea —no siempre es el caso— y no digo nada si acaba leyéndolos. Entonces se realiza la semilla sembrada, se cumple el sueño. Da igual si gusta o no, un libro siempre aporta, aunque sea enseñar cómo no tendría que escribirse uno.
Como ven, por cada tomo que alcanza el nirvana hay cientos, miles de ejemplares que se quedan por el camino. No siempre reciclados: a veces son repescados de ese cruel destino y se vuelven a exponer al público en plazas de ciudades y pueblos. Libros impolutos en su envoltorio original, a los que se les pasó el arroz, la moda, abandonó su autor el candelero. Junto a ellos, otros que lograron ser adquiridos, incluso leídos, pero para los que ya no hay sitio en las modernas y funcionales casas, o cuyo dueño creció y son juguetes abandonados en una particular «Toy story», o falleció y sus herederos no supieron valorarlos como él hacía. Un popurrí donde se mezclan por igual volúmenes sueltos de anacrónicas enciclopedias, ediciones de clásicos con encuadernaciones diseñadas para las estanterías del salón, novelas del Oeste y libros juveniles—apelando al público de la EGB, de cuando se leía, no como ahora que nuestros niños han perdido comprensión lectora con pantallas y pandemia—, curiosas versiones en facsímil de tratados con peregrinos títulos o ejemplares que en su momento fueron éxitos de ventas y ahora ostentan el cartel de 3 euros sobre sus páginas.
La Feria del Libro Antiguo y de Ocasión — me suena a herejía oír esos adjetivos aplicados a obras y autores que merecerían no bajar nunca del podio de los ilustres— nos acompaña en el Grande hasta el próximo 28 de mayo, en curiosa coincidencia temporal con la campaña electoral. Aprovechen y buceen entre sus propuestas, que merecen mucho más la pena que las que les puedan ofrecer en coloridas carpas llenas de globos, forzadas sonrisas y efímeros programas. Eso sí, si lo que buscan son ficciones y quimeras, es probable que los libros no puedan competir.