Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Erial

31/05/2022

Definitivamente en España el debate y la reflexión se han convertido en un auténtico erial. De principios, de valores, de rectitud, de actuaciones. Es más, a nadie, o a muy pocos personajes públicos, les interesa todo lo anterior. Este es país de componenda y cambalache. Pero no queremos ni pretendemos hacer ni causa ni sojuzgar. Indolentes, con buenas dosis de cinismo, la política ha sido convertida en un lodazal. No hay institución en los últimos años que haya resistido una mínima crítica. Al contrario, ha sido despedazada en sus entrañas y, por lo visto y de lo oído, probado también, había causa. País corrupto pero lo que es peor, país permisivo con la corrupción hasta tintes y dosis extremas. Así nos va. Así nos toman. Tal vez, no merecemos nada mejor, ni tampoco la queja tiene asiento o abrigo si nadie está dispuesto a cambiar de verdad.
Los comportamientos tolerantes con la corrupción han infligido un daño enorme en la credibilidad propia y ajena de nuestro país. Internamente el desánimo ha cundido. Al tiempo que un pasotismo desmedido. Se ha perdido la confianza y la credibilidad en las instituciones. Las viejas formas siguen presidiendo comportamientos y actitudes. Los dos –todavía– partidos hegemónicos y que en 2022 no ven menoscaba su posición ante las promesas emergentes que se han diluido absolutamente, siguen pactando y repartiendo puestos y poltronas. Esperemos que ahora sí la renovación del Consejo Poder Judicial sea una realidad, pero ojalá no se renovase por políticos sino por jueces y fiscales.  
Cómo nos ven desde fuera de nuestras fronteras? ¿Acaso preocupamos en otras cancillerías y somos atractivos desde el punto de vista de la inversión? Pongamos un ejemplo económico, o de perspectiva económica. Cuando el Brexit saltó de lo impensable a lo tangible, gobierno central y alguno autonómico-local no tardaron en lanzar las campanas y prodigar la capital de España como foco de atracción para empresas tanto europeas como norteamericanas y asiáticas que tenían sede en Londres. Se orquestaron programas, viajes y gurús. Pero ni España ni Madrid, ni ninguna otra ciudad está en el foco de los inversores. Lleva años sin estarlo, y no sólo es culpa del espectáculo que todos conocemos. No hay estrategia, no hay atracción y no hay certidumbre, seguridad ni estímulos para que la misma venga. Este es país para comprar gangas por el apetito voraz de algunos inversores extranjeros, pero no para instalarse ex novo y crear una potente sociedad mercantil y realizar su objeto social. Se compran empresas que interesan en sectores muy estratégicos. De esto sabe y mucho el capital chino. Y se compran viviendas de extremo lujo por importantes y acaudalados multimillonarios. Pero tenemos un fragilísimo techo de cristal. 
Un techo que se rompe por falta de confianza, de rigor, de certidumbre, de coherencia, de medidas creíbles, de estímulos, de planes de futuro, de carencia de una idea de saber qué queremos y hacia donde, pero también de rentabilidad económica para ese dinero que, ante los problemas prefiere otras opciones y otros países. Ya no se trata de si las sociedades han de dar o no información contable trimestralmente, si es voluntario o no hacerlo o si somos furgón como en otros países. Se trata de cómo nos ven. Y más en un horizonte político confuso, embarrado, donde los contendientes tienen siquiera una idea de país y de qué hacer. Eso es lo trágico. La política del cambalache y la confusión barata. Pero también de los whatsapp y mensajes esotéricos y prepotentes donde todo parece que alguien mueve hilos.