Decía hace unos días el periodista y escritor Álex Grijelmo en una entrevista en Diario de Burgos que en el periodismo actual «hay un espíritu acrítico muy criticable que hace que nos lo traguemos todo». Hemos vivido muchas situaciones durante los largos meses de la pandemia que nos permiten avalar esa teoría. Los plazos señalados por las autoridades políticas para disponer de una vacuna que nos salve de la covid -19 son un ejemplo de esa caries en el colmillo retorcido. Salía el ministro filósofo de Sanidad, Salvador Illa, a decirnos que en diciembre tendríamos las dosis y en lugar de cuestionar su criterio lo llevábamos a los titulares. Preferíamos creerle a él, en lugar de esperar que los científicos lleven a buen puerto sus investigaciones, pero la ciencia no tiene los mismos plazos ni los mismos intereses que la política. Lo escribía una tuitera tras la paralización de los ensayos de AstraZeneca: «el error no es interrumpir los ensayos porque alguien enferme, (ese es el procedimiento); el error es pensar que en tres meses íbamos a estar todos vacunados y que eso nos iba a devolver a la normalidad».
Otro titular más reciente nos lo ha proporcionado la inigualable ministra de Igualdad con su última macroencuesta. «Más de la mitad de las mujeres de España sufre violencia machista», alertaba en letras gruesas el encabezamiento de la información. Si entramos en detalle en el sondeo descubrimos que forman parte de esa categoría delictiva las miradas lascivas, porque al parecer esas solo las reciben las mujeres y no los hombres. La magnitud de la cifra hace que nos llevemos las manos a la cabeza y que metamos en el mismo saco a violadores y babosos. No se cuestiona la encuesta para no molestar y solo se pone el énfasis en los números, no tanto en el procedimiento y los argumentos para llegar a ellos. Pocos serán los que pongan objeciones a la macroencuesta, antes habría que descubrir otra vacuna que no interesa descubrir.