Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Postureo

14/04/2023

Nunca iba de vacaciones fuera de mi pueblo cuando era pequeña. Para mí, para nosotros, los niños de esa época, nuestros pueblos eran nuestro reino, donde al cerrar la escuela todo se convertía en un espacio temático: el parque, la piscina con su lancha a la solanera, la plaza, las noches jugando al rescate entre las pocas luces de las calles, la "fuera de la villa", los bailes de las ferias, lo nocturno sin miedos ni peligros, la rebeca siempre a la cintura.

Y por si fuera poco, en cuanto acababan los colegios en Madrid venían los veraneantes, que aportaban ese plus de novedad y de exotismo que nos faltaba en general a lo largo del año. Los hijos y nietos evadidos, por razones monetarias y de aperturismo de muchos tipos, se apresuraban a ocupar, con nuestra más grata alegría, los lugares que a lo largo del invierno nos pertenecían en exclusiva, y los compartíamos con esa generosidad nacida de la buena educación y de la interna convicción de que eran también suyos. Creo que en nuestro fuero interno éramos conscientes que se trataba de prestar y no de conceder patente de corso indefinidamente, porque volvería septiembre, y todo se apaciguaría, y en los pilones no habría que hacer cola para cañarse y en los columpios no sería necesario darse la vez.

Nunca iba de vacaciones cuando era pequeña fuera de mi pueblo porque no era opción vital, ni siquiera pensamiento, ni siquiera deseo, ni siquiera planteamiento, porque para mí ese tiempo adorable y amoroso del verano debía ser allí, tan feliz y tan pleno. Al correr de los años me di cuenta de que la modernidad significaba tener ese prurito de coger las maletas e irte a otro destino, preferiblemente playero, del que volver muy moreneado, pelado varias veces, ya que los dermatólogos no habían sentado cátedra, al menos que recuerde, respecto a las maldades del astro rey y sus rayos ultravioletas, y contar atardeceres y ligues adolescentes.

Elijo el asunto vacacional porque es el que me parecía más ilustrativo para hablar del postureo, que actualmente es protagonista de casi todo y esencialmente de nada. Si esos primeros conatos de fotografías polaroid de después de las vacaciones del siglo XX, eran también, ya entonces, un síntoma de más poder adquisitivo, y excusa para mostrar el poderío de alguien, ahora instagram o tiktok se han convertido en los vehículos de lo que me atrevería a calificar incluso de "movimiento escaparatista vital" que en un gran número de ocasiones no es más que eso, muestra de algo que se necesita enseñar a los demás para hacerlo real.

Hay una obsesión por que todos vean lo que hacemos, lo guapos que estamos, lo felices que nos sentimos, lo mucho que disfrutamos, lo ideal de nuestras parejas, lo inteligentes que son nuestros niños, lo mucho que nos quieren nuestros amigos, lo tanto que cuidamos a nuestros mayores, lo bien que conectamos con la naturaleza o lo lejos que podemos ir porque tenemos dinero y somos aventureros. Habrá un momento en que no sepamos realmente si en verdad hacemos todo eso para exponerlo en la plaza pública y ser objeto de envidia o porque realmente queremos hacerlo. En este sentido solo indicaré que en cierta ocasión viendo una puesta de sol, rodeada de muchas personas, la mayoría estaban con sus móviles captando el precioso momento de un ocaso otoñal para, casi con toda seguridad, subirlo a sus redes sociales para que su público fuera partícipe del instante.

El postureo antiguo, el de estrenar un jersey de cachemira a precio prohibitivo y tener un novio linotipista del que tu madre estaba orgullosa, o el moderno, de subir a un globo aerostático para pedir matrimonio a tu pareja mientras se descorcha una botella de Moët Chandon, vienen a significar aproximadamente lo mismo, la intensa incapacidad de ser feliz de forma unilateral y rodeado de la poca gente que de verdad te quiere en la vida. La vacuidad del ser humano, su infinita necesidad de llenar sus oquedades, su total dependencia de la opinión de los otros, del rebaño, su miedo a enfrentar lo malo, ocultando realidades patentes, y eventualmente la desesperación por ser aceptado, hacen que lo que vivimos hoy sea más que nunca una forma de control mental y personal, de tal intensidad, que no se había experimentado nunca a lo largo de la historia.

ARCHIVADO EN: Madrid, Siglo XX