Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Alucinando, alunizando

31/10/2020

Les voy a confesar que he empezado la semana un poco mosqueado. Sí, mosqueado. Y les cuento por qué: básicamente, porque con esto de que hay mucha agua en la luna, nadie se ha preguntado lo que yo llevo planteándome desde chico: leñe, si hace cincuenta años, cincuenta y uno casi para ser exactos, cuando un solo ordenador ocupaban la mitad del Mercado Grande, las naves iban acolchadas con papel albal para parecer más ultrasónicas, y las bisagras chirriaban demasiado porque todavía no había tres en uno… tres intrépidos estadounidenses lograron subir a la luna para darle en los morros a los rusos, ¿cómo es que nadie más ha llegado a subir al satélite que mejores vistas nocturnas nos aporta? Sí, sí, por cuestiones económicas, pero ciertamente se ha desperdiciado muchísimo más dinero en otras sandeces (no hay más que mirar al reporte de  ciertos ministerios y administraciones diversas). ¿Por qué no vimos ni un arroyo en aquellas extrañas imágenes que nos persiguen a varias generaciones? Porque tela marinera con aquellos pasos tipo muñeco de Michelin que Armstrong se empeñó en brindarnos... No es por fastidiar, de verdad, que sé que los cuartomilenials se me van a echar encima por esta ofensa sin precedentes -lo harán hasta las organizaciones tipo PETA-, pero yo vivo sin vivir en mí desde que era enano porque iba contando los días, las horas, los minutos… y nadie volvía a la luna. ¡Nadie! Siento, de veras, poner en tela de juicio un hecho interiorizado, como el de que la pasta de dientes quita los granos adolescentes. Este último, por cierto, ni se les ocurra ponerlo en práctica. Ni aún siendo jovencitos. Lo digo porque estarían perdiendo el tiempo, tanto como si vieran uno de esos programas absurdos que llenan un canal de televisión de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero, vamos a analizar el contexto: Tal vez lo que ocurrió el 20 de julio de 1969 fue que los americanos que iban en el Apolo 11, que situaron sus pies al sur del Mar de la Tranquilidad, querían poner en práctica eso tan español de dar en las narices al de enfrente. El de enfrente en esta guerra fría era un sitio muy grande llamado URSS, que también tenía la tontería encima de devolver el golpe a los del viejo continente. U, oye, a lo mejor es que en resumen buscaban poner de moda a la luna para dar material efectivo a Pink Floyd, que años más tarde publicarían uno de los discos más rotundos de los años 70. Hablo, claro está, del The dark side of the moon. Aquel sí fue un buen alunizaje. Pero, en fin, de lo que yo quería hablarles hoy es de otra cuestión que se ha comentado sobradamente en los últimos días… y, perdónenme, que es que yo, a veces, vivo en la luna. ¿Cómo se le puede ocurrir a un representante público -lleve la camiseta que lleve- aparecer como un auténtico insensato, cuando están apuntado con sus dedos -no sin razón- a esos adolescentes que se pagan entrada para ir de botellón al piso de estudiantes por si les cae una multa, haciéndolo con luz y taquígrafos para que les friamos a críticas? ¿En qué cabeza cabe? Debe ser por ese tema que algunas formaciones políticas han logrado infundir con brío en las agendas políticas: la transparencia. Se creían tan transparentes, que pensaron que iban a ser translúcidos, como los fantasmas. Si es que existen… Ya ven que llevo una semana un tanto dubitativa. Y de veras que lo siento. Bueno, no les voy a mentir, llevo así unos meses. Debe ser que, con tanta vuelta del calcetín, yo también me estoy pasando de vueltas. Ya me entienden.