José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Cámbium

10/03/2023

Hace un par de meses se presentó una nueva plataforma ciudadana —o lobby, reivindiquemos la palabra— y aprendí lo que era el cámbium: una capa de células entre la corteza y el tronco de los árboles. Sin solución de continuidad, permítanme saltar a otro asunto aparentemente inconexo: hoy es el día de Mario. No, estimados tres lectores, no hablo del marido de Alaska, del concejal popular o del engominado banquero protagonista en los años noventa del pasado siglo. Me refiero al fontanero con bigote, gorra y pantalones de tirantes, que junto a su hermano Luigi salvaba a la princesa de incontables peligros. Empezó su andadura en el «Donkey Kong», ante cuyos barriles rodando entre rampas y escaleras tenía que ora guardarse, ora trepar. El día se eligió por la similitud de MAR10 y MARIO.
Yo también tuve mi época de videojuegos, creo que como todos los nacidos más allá de mediados de los sesenta. Una fase más, como la del chupete, la de ligar, la de sentar la cabeza, la de creerse el primer y único padre sobre la Tierra —si hay algo inaguantable, créanme, son los padres primerizos—, la de hacer evaluación a mitad de trayecto, la de adoctrinar sobre nuestro fantástico pasado frente al lamentable presente o la de agradecer cada amanecer en un cuerpo que ya no reconocemos. Es la vida, hecha de cambios, de ciclos. No somos siempre niños —salvo Peter Pan— ni gastamos la vida jugando al Súper Mario Bros. Aunque no se lo crean, tampoco nacemos siendo abuelos cebolleta.
Leía hace poco a unos profesores de instituto —presupongo progresistas— preocupados ante el sesgo a la derecha, incluso extrema, de los próximos nuevos jóvenes votantes. Hablaban de falta de conocimiento de la Historia, de si los chavales de ahora no reflexionan, de si no están al tanto de la vida. Alguien, con buen criterio, adujo que quizás no sea cuestión de reflexiones, opiniones o conocimientos, y que es posible que se deba a la fase vital en la que están. Nos gusta pensar a la juventud como revolucionaria y contestataria, sin darnos cuenta de que lo es, sí, pero siempre contra lo que entienden como poder establecido, corriente imperante. Es decir, sus padres. La juventud necesita subir rampas, gorilas a los que vencer, setas sobre las que saltar, princesas que rescatar, causas que abanderar. Les da igual si son justas o acertadas, siempre que molesten a sus mayores. Siempre ha sido así, lo bueno es que no es permanente. Porque, además de gustos, en la vida se cambia de creencias, de ética. Y menos mal; me asustan los que a los quince años creen saber cómo opinarán a lo largo de su vida, o los que con ochenta años solo han visto el mundo con un mismo cristal. El mundo es polifacético.
Los integrantes de Cámbium no sé si eran conscientes —lo digo por su ideario—, pero esas células producen cada año dos capas, una hacia dentro, que al anquilosarse forma la leña, la madera, otorgando estabilidad y permanencia, y otra hacia afuera, creando los vasos que dan savia y hacen crecer al árbol. Sin ambos tejidos y fases, conservador y progresista, la planta no subsistiría. Lo mismo que nunca lográbamos pasar de pantalla en Mario sin conjugar sabiamente esperar a salvo y arriesgar. Es el cámbium vital.

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