Darío Juárez Calvo

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Darío Juárez Calvo


Bombardeos de vida, por Dios

02/03/2022

De pequeño pensaba que lo único que de verdad me podía hacer daño era que me cayera una bomba de las que tiraba Goku en Dragon Ball. Que lo demás se limitaba al dolor de dejarte los paletos con el freno de alante de la bici bajando del cerro o en ir asimilando que más pronto que tarde llegaría el día en el que Juani y Poli dejaran Médico de Familia. Eso de pensar en el mal, más allá del momento en que se te pinchaba un balón, resultaba prácticamente quimérico. Porque a mí no me ha tocado llorar abrazado a mi padre antes de partir al frente sin saber si volvería a verle, ni enterrar a un hermano por defender su vida en medio de una guerra injusta. Todo aquello sonaba lejísimos.
Hoy, a cuatro horas y media de Madrid en avión, Ucrania y su pueblo están siendo atacados por fuerzas militares rusas y bielorrusas bajo las órdenes de un asesino. Una mente tétrica, imperialista y obtusa, que ha ido demostrando con el tiempo su intención de morbosear jugando a la petanca con Europa y la OTAN durante años, para echarlas de la vera del boliche con chantaje nuclear, golpe de acero y ríos de sangre en cuentagotas.
Hasta hace unos días me resultaba inevitable asociar lo ucraniano a la diestra de Shevchenko y al folklore internacional de bombachos que traía subvencionados la Caja de Ahorros al entablado del pueblo cada verano. Putin se empeñó en cambiar mi percepción cuando decidió deshacerse del último gramo de humanidad que le quedaba en su haber. Pues donde antes sólo veía ushankas ucranios de brazos cruzados y dando patadas al aire en armonía con notas eslavas de fondo, hoy veo llanto, muerte, miseria y desolación. Les han robado la paz para violarles su nación, cuando los únicos bombardeos que merecen son de vida y prosperidad, por Dios. ¡Basta ya!