Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Tristeza Navidad

14/12/2020

Llegan desde una caverna honda, helados y solitarios, trozos rotos de recuerdos. Llegan quitándose la sombra de encima, al olor de las luces exteriores que reinan en intensa guerra municipal por ganar una batalla a la noche. Llegan hasta el corazón, manchan de sudor antiguo la camisa, quieren ocupar un hueco conocido en las hermosas habitaciones de la memoria. Despiertan la nostalgia, esa membrana fina y transparente que nos envuelve y, adormecida, abre sus ojos muchas veces cuando cerramos los nuestros. Despiertan el amor que se había quedado en los límites oscuros del deseo a lo que ya se fue, a lo que nos dejó con lágrimas perdidas y regresos imposibles.
Melancolía del tiempo y las horas, predominio de un viento lejano que no mueve las cortinas, pero sí mueve los hilos heridos del corazón para remover una historia amada, unos rostros amados, unos abrazos amados. Yo amo la Navidad, cómo no amar que el mundo estalle en buenas intenciones y luces especiales, que las guerras se detengan unas horas y, aunque de manera infructuosa a largo plazo, se eche un brindis por la muerte de la pobreza, pero cada Navidad percibo que al lado de esa enorme mesa, que reina en la más grande habitación, hay más sillas vacías. 
Con el tiempo ya hay más sillas vacías que llenas.  Por eso cuando brindo, o celebro esa noche del amor en Nochebuena, o la gran venida del año que deseamos entierre este funesto del Covid, llevo mi copa hacia donde no hay nadie esperando que un clik profundo en mi memoria dé sentido a la melancolía. 
La Navidad también es la efeméride de las ausencias. Para mí es imposible no reiniciar el fuego en la ceniza y volver a dar vida a tanto amor perdido, porque como dice Cicerón, la vida de los muertos está en la memoria de los vivos. ·¿Qué ves aún en las tinieblas del pasado y en el abismo del tiempo?», dice Shakespeare. Veo a los que amé, le respondo, soy un ser pensante que mientras espera conocer el enigma de su ser da audiencia a sus recuerdos. 
Detrás de las luces, bajo las canciones, que cada año se aletargan, florecen los yacimientos profundos de mi suelo mental, me vuelven rostros amados y siento una paz espiritual soportada en la nostalgia, porque el recuerdo es el cordón umbilical que alimenta el espíritu. Un sentimiento voraz de amar al ayer me impulsa a sentir que esa tristeza tiene dentro una inmensa alegría. También hay tristezas que nos producen alegría. Esa de que quizá los invisibles ocupan las sillas vacías y brindan con nosotros por un nuevo año, por una Navidad eterna en la que volvamos a estar juntos para siempre en el amor.