Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


De la Monarquía

06/10/2020

Habrá quien se piense que ser monárquico hoy en día ha de ser como se mostraba el Marqués de Chateaubriand, a la manera romántica y antimoderna. Dudo mucho que cualquier monárquico lejano a la Grandeza de España y los restos de las familias del imperio tengan algo que ver con ello. Y posiblemente ni esas mismas familias. Un rey lo era por la gracia de Dios, es decir, había sido bendecido por la primogenitura y la varonía o por los avatares de la enfermedad y la muerte. Esto era lo habitual en las monarquías europeas y fue así hasta hace ya tanto tiempo que no merece la pena ni hablar de ello. Una monarquía hoy en día tiene un principio básico que es la conexión histórica con las modificaciones políticas que se han ido produciendo en la historia, con los buenos y los malos momentos de un país. En sustancia, es lo que queda para dar testimonio de los sucesos que han dado lugar a un estado moderno. Las monarquías parlamentarias han sustituido el poder de la Gracia de Dios por el de la continuidad de un estado a pesar de las volubilidades o de las gracias de la historia. Es por esos que sitúa a un rey más allá de las diferencias políticas y le otorga un valor de moderación y de superación histórica; por decirlo de alguna manera, es más una perspectiva de superación frente al futuro más que un anclaje en el pasado. Por ello a los príncipes se les educa en las formas y los fondos de su tiempo, más que en las grandezas pasadas. Un rey es un garante del recuerdo de lo que ha sido un estado, lo que en absoluto garantizan los políticos de turno, vengan de donde vengan, aunque en alguno de ello puedan coincidir estas dotes. Y a uno, particularmente, le gusta que la imagen del país la proporcione quien está alejado de las polémicas políticas.  En tiempos como los nuestros, donde la historia vive bajo el yugo de la tecla de borrar, la monarquía tiene la utilidad de hilvanar un estado en su presente y de éste con su pasado. Y ahí duele. Las monarquías hoy estorban porque impiden reescribir encima del texto, dificultan las nuevas redacciones y los repintados. El republicanismo, con sus virtudes, no es, en sí mismo, un garante de la democracia y ejemplos hay para dar y tomar. Debe, en todo momento, otorgarle al presidente del estado unos ciertos poderes que, en ningún caso tendrá nunca un monarca parlamentarista. Y a mí, en particular, eso me da cierta tranquilidad. En España, quisiera uno saber, qué poderes se le otorgarían a ese presidente en un estado tan descentralizado como el nuestro. Creo que un rey sin poderes no es un gasto superfluo, sino muy al contrario; esa falta de poder en la jefatura garantiza el correcto reparto de éste en el resto de las autoridades del estado. Todo lo que acabo de defender, sin descender ya a este rey en concreto ni al anterior. España es un país poco agradecido y dado a olvidar pronto. Yo era muy niño cuando murió Franco y tengo un recuerdo vagaroso de todo aquel tiempo. Sí lo tengo de todo el proceso de la transición a cuya generación creo pertenecer,  la que está llamada a ser casi aquella primera que, como rogaba don Antonio Machado, habría de ser la primera nacida y muerta en democracia. Esa transición no la hicieron, como creen ahora los millenials y posteriores, los padres de la Constitución. Ellos la trajeron. Pero quienes sufrimos las crisis añadidas a aquellos cambios, las derivadas de las crisis de los ochenta y noventa, las de las reconversiones que trajo nuestra entrada en la Unión Europea; las que sacudieron España nada más terminar nuestros estudios a finales de los años 80, fuimos nosotros: esa transición tuvo su precio. La monarquía fue parte de aquel pacto y contribuyó a un reparto de poder efectivo en España, algo que no se había dado nunca en nuestra historia reciente. Para ello, el rey supo ocupar el lugar que la historia le exigía. Cosa bien distinta es que creamos que el reparto de poder en el estado debe ser otro y debamos recuperar más competencias para el jefe del Estado. A mí, particularmente, no me gusta la idea. Es por ello que no me considero republicano. En ello hay un punto grande de pragmatismo y otro también grande de estética. Eso es algo que llevaría algo más de tiempo tratar, pero ya lo haremos en otro momento.