Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Cien

27/09/2020

No es por presumir (aunque un poco sí, porque es la primera vez que lo hago) pero el martes acabé mi libro número cien en lo que va de año. Siendo yo tan dada al simbolismo lo cuadré para que el libro fuera de Delibes, por aquello de su centenario. El caso es que, después de alcanzar esta cifra, no pude evitar pensar en todas las lecturas que me han acompañado en lo que va de 2020 y he descubierto que, en su variedad, los libros son como las personas que nos cruzamos a lo largo de nuestra vida.
Hay libros que presentan inicios prometedores, parece que te gusta la historia pero según avanzas, cambian y ves cómo son en realidad. Al contrario, hay historias en las que cuesta entrar, las primeras páginas pueden ser arduas pero si persistes encontrarás auténticas sorpresas. 
Hay libros que nos gustan, parecen interesantes, pero leerlos causa desasosiego, intranquilidad y te das cuenta de que, por muy buenos que sean, no son para ti aunque tengas muchas ganas de leerlos. Existe una creencia muy extendida entre los amantes de la literatura:  algunas obras requieren un momento específico y unas circunstancias. Una aproximación prematura puede resultar desastrosa, como ocurre con algunas personas que pasan por nuestra vida. Otros simplemente los leemos en un mal momento y necesitamos olvidarlos, porque te recuerdan horas de angustia. Sin embargo, libros leídos en estas mismas circunstancias, si calan lo suficiente, pueden transmitir una sensación de calma que hará que los recordemos con cariño.
Hay libros a los que siempre recurrimos, son como esos amigos a los que conocemos de toda la vida, que da igual cuánto tiempo haya pasado desde la última vez, siempre están ahí. Los clásicos (y sus autores) suelen ser maestros, consejeros. Te ayudan a descubrir el mundo, nos enseñan a vivir mejor. Podemos encontrar historias que son como la familia, como volver a casa, capaces de protegernos y de recomponernos. Algunos lo fueron todo en el pasado, como los cuentos de infancia, pero ahora han quedado atrás. A veces los ves y sientes nostalgia, sin embargo, ya no son parte de tu vida. 
Hay libros de los que no queremos saber nada, otros a los que tenemos manía, los que nos hacen reír, los que nos hacen llorar, algunos nos aburren, están los que nos emocionan… Hay libros de todo tipo. Pero no hay libros que nos traicionen, que quieran hacernos daño o que busquen aprovecharse. O quizá todos ellos utilizan a sus lectores, pues sin ellos quedarían relegados bajo el polvo y renunciarían a la vida.
Pero no hay nada como tener con quien compartir los libros. Aunque no solo necesitamos poder hacer partícipes a otros del proceso lector, precisamos de mucho más; gente para hablar, con la que podamos contar y en quien confiar. Personas dispuestas a escuchar las tonterías, los dramas, los malos momentos. Porque las alegrías son más grandes con la gente que es importante para nosotros y las penas se hacen más llevaderas. Y ahora que el mundo cambia, que la vida se nos escapa entre los dedos, que las emociones están a flor de piel, que todos estamos perdiendo algo, en este tiempo de duelos extraños y de lejanía impuesta, necesitamos compartir, las alegrías, las penas, la vida. Y las lecturas.