Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


Con el acuerdo de todos

04/03/2021

Con la ayuda de unos cuantos, que solo ponen la mano, el presidente se compró un chalet en Moncloa con el único objeto de disfrutar del entorno, viajar lo máximo posible y aparecer en medios, cuándo y dónde él decide, con sonrisa de dentífrico. En su chalet dispone de una habitación contigua en la que mora otro indolente que pretende significarse para demostrarle que, desde espacios bien aislados, se puede codirigir una sociedad imponiéndose sin límites. Y el resultado de esta cohabitación es que ambos se dedican a recomendarse series televisivas mientras los españoles formamos el reparto de una película muy cercana a ‘The Walking Dead’.
Cuántos minutos de su vida palaciega el presidente se ha dirigido a la población con homilías que resaltaban lo bien que lo estaba haciendo –y nosotros, pobres ciudadanos, le llevábamos siempre la contraria–, y que para continuar por ese buen camino quería que todos sumáramos, que no deseaba otra cosa que dar pasos «con la ayuda de todos». ¡Desde el primer día continúo temblando por la efectividad de tal idea! Ha pasado un año y seguimos igual. Y estamos como vemos, porque el acuerdo de todos es con lo que él diga y pretenda, sin dar opciones a un diálogo que piense en los españoles (véase, por ejemplo, el reparto de fondos que llegarán de la UE), porque todo se organiza sobre premisas ideológicas y oportunistas, improvisadas, sin planificación y coherencia.
Me olvido de lo que ya he comentado en otras ocasiones. Pero es que no dan una en la diana. Ni proponiéndoselo lo harían peor.
Recientemente –porque, eso sí, Redondo es muy hábil para montar homilías cuando a ellos les interesan–, una vez más, el presidente asomó su elegante figura en la entrada de Moncloa –¡vaya puesta en escena!– para decir lo malos que son los demás y que está encantado de conocerse. Y lo hizo porque, además, poco más de un día antes, en el Congreso había anunciado –ante un ligero despiste de la ministra Calviño– un desembolso de 11.000 millones para ayudar a empresas, autónomos y a quien corresponda, como si dispusiera de una máquina en su despacho para fabricar dinero (cuánta razón tenía el hermano del oscuro ministro Garzón). Un amigo me recordó, a propósito de esta escena, otra parecida que tuvo lugar entre Zapatero y Solbes y que supuso la salida de este último de aquel desgobierno. Pues nada, que estamos en lo mismo; parece un «déjà vu». Si vamos camino de alcanzar una deuda cercana al 135%, me pregunto ¿de dónde va a sacar ese dinero el presidente? Sobre todo, cuando ya son varios cientos de miles de millones los que necesitan los sectores más afectados por este sinvivir económico y social.
Todas estas escenografías, las «cortinas de humo» que se generan desde el despacho del director de marketing monclovita y nuevas noticias «oportunas» para desdibujar el protagonismo de unos y otros, también buscan ocultar asuntos de singular trascendencia para los españoles que nuestros representantes no quieren ni oír hablar de ellos.
Ejemplo actual: ¿para cuándo un cambio de legislación en todo aquello que no deben manosear los políticos? Como todo el mundo sabe, están peleándose por un indecente reparto de cromos que permite decidir quién está en uno u otro cargo. Por eso, ¿por qué, en lugar de reunirse para decidir candidatos para tal o cual institución, no apuestan por un cambio que sí es un «clamor social» para que los jueces y demás profesionales sean los que elijan a sus representantes? Sería la decisión correcta para mantener una separación de poderes adecuado en una sociedad plenamente democrática como la española. Ah, pero eso no les interesa, porque perderían cuota de poder, como lo demuestra todos los días el vecino de alcoba del presidente.
Las reformas constitucionales -que afectan a instituciones, a la acción política y legislativa, a la actividad electoral y a cualquier órgano administrativo- no se deben hacer desde la calle, como pretende el amigo de la agitación, sino que deben plantearse abiertamente por los legisladores con el consentimiento de los ciudadanos. Es decir, que deben estudiarse a fondo y presentarse para su aprobación a quienes, se supone, han de opinar si están de acuerdo con lo propuesto –se deben hacer referéndums para aquellos temas de relevancia social y económica que impliquen a todos los españoles–. Este ejercicio de transparencia es propio de una sociedad democrática que en España rechina todos los días por todo lo contrario porque nuestros políticos así lo quieren.
Pues, sí, para que exista ese necesario «acuerdo de todos», legisladores y ciudadanos deben caminar de la mano para asumir compromisos permanentemente. Deben evitar dar espectáculos parlamentarios, asumir que no pueden someter a una sociedad a su antojo, que no pueden utilizar el BOE para sus intereses espurios y han de centrar su acción en cuidar los intereses de sus ciudadanos.
Pero no, hasta la fecha, nadie ha dado un paso en fijar su atención en qué necesitamos los españoles. No han hecho nada porque no hay una persona con respeto, dignidad y honor que sepa gobernar este barco a la deriva.
Los estados de alarma han secuestrado España y a los españoles pero, sorprendentemente, el secuestrador se siente apoyado. El síndrome de Estocolmo se ha impuesto entre nosotros. ¿Qué pasará cuando se produzca el cataclismo?