Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


Picaresca o educación cívica

22/02/2021

Sostiene Pereira que anda reflexionando estos días sobre eso que llaman picaresca y que no es otra cosa que un modo incívico de comportamiento social. No sabe si es característico de España o afecta más o menos a todo el género humano. Lo que está claro es que la novela picaresca, que de allí viene la palabra, nació el siglo XVI en estas tierras y se hizo muy popular porque los lectores, al tiempo que encontraban deleite, aprendían sobre las injusticias de su mundo. En aquellas novelas, se plasmaba la desconfianza en las instituciones, el poder de la iglesia, el sometimiento del pueblo, la impunidad de los poderosos, la doble moral y la corrupción. Ante este estado de cosas, el pícaro solo confiaba en sí mismo y en las tretas para salvar su pellejo. La democracia estaba por llegar.
Aquellos pobres pícaros siguen existiendo porque, por desgracia, la riqueza y el poder siguen muy mal repartidos hoy como entonces. Pero, no son esos pícaros los peligrosos para el buen funcionamiento de la sociedad democrática sino los que se aprovechan de su poder para medrar aún más. En estos recios días de pandemia, algunas noticias han cabreado al personal. Una de ellas, los youtubers que, ricos de la noche a la mañana, se llevan sus dineros a Andorra porque allí pagan menos impuestos sin tener en cuenta que han sido los españoles los que les han hecho ricos, no solo su suerte o su trabajo. ¡Vaya ejemplo de civismo para sus jóvenes seguidores! Claro que esto de evitar pagar impuestos es un deporte nacional que predican los partidos de derecha, partidarios del pícaro «sálvese quien pueda» y de la creencia de que el que tiene es porque se lo merece. Maldita meritocracia, tan falsa, la mayoría de las veces, como una mula. Viene de lejos. Diego de Bracamonte fue ajusticiado por oponerse a que Felipe II pusiera impuestos a nobles y a clero. Así, hasta Andorra y otros paraísos fiscales, corren los caudales de famosos, gobernantes, futbolistas, empresarios, banqueros, reyes y otros «pícaros» de cuello blanco.
Además de esa picaresca pecuniaria, florece otra asociada al poder: El saber popular la acuñó hace años: «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija» y «El que tiene padrino se bautiza». Esta filosofía de vida es la que se han aplicado a sí mismos algunos altos mandos militares, algunos políticos, algunos obispos, algunos alcaldes y algunos «cuñados» de los que tenían mando en plaza en Residencias, Hospitales u otras instituciones para «colarse» en las filas de las vacunas. Estos comportamientos, como los citados anteriormente, como los que se valen de triquiñuelas para enriquecerse, como los que pagan y cobran en dinero «negro», como los que se escaquean a la hora de arrimar el hombro, son palos en la rueda de una democracia digna de llamarse así. Son comportamiento antipatriotas, ahora que tanto se abusa de la palabra Patria  por quienes menos contribuyen a mantenerla.  
A nadie se le escapa la gravedad de la picaresca arraigada en España, que produce  ciudadanos desconfiados e individualistas. Alejadas de las instituciones públicas, las gentes comunes sucumben a un egoísmo ramplón sin percatarse que son las que más tienen que perder. Los poderosos solventan sus necesidades echando mano a su cartera; los demás necesitan de la solidaridad de los iguales para que no les suceda como a Lázaro:
«Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer».