Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Lo que nunca se cuenta

15/11/2022

¿Y para qué quiere saberlo? ¿Le importa cómo es su teléfono móvil, su fabricación, la tecnología en que se basa, las investigaciones y los conocimientos físicos y matemáticos de muchos que llevaron a su existencia, las personas que estudiaron el cómo de su funcionamiento, de donde proceden sus materiales, como llegaron a su descubrimiento y aplicación? Preguntas que ni se las hace ni le interesan, solamente que aquello funcione según sus saberes y habilidades; y sin embargo, si todo aquello no hubiera existido antes, no tendría su teléfono móvil. Este pequeño e incompleto enfoque sobre ese aparatito, para muchos imprescindible, lo podríamos extender a todas las actividades humanas, de las cuales solo sabemos que ahí están para usarlas, porque lo demás ¡bah! no tiene importancia. Solo es un ejemplo de lo que nunca se cuenta, porque la historia, igual que la contabilidad del Estado, va a los números «gordos», a lo mas visible para hacer el relato. Lo demás no importa nada; como mucho, que existieron, y tal vez, alguna anécdota.
Todo esto me llegó al cacumen al recordar, leyendo este periódico, el cuarenta aniversario de la visita del Papa, hoy santo, Juan Pablo II, un impensable cálido uno de noviembre de 1982. El que de verdad conoció casi todo, pues estuvo en primera fila del acontecimiento, desde la primera idea de la visita, y verdadero cerebro para que todo aquello, muy complejo, funcionase, fue don Nicolás González, hoy retirado del mundanal ruido, entonces canónigo de la catedral, administrador del Obispado y capellán de La Encarnación, que ya se ha manifestado en varias ocasiones, tal vez la mas detallada la publicada por este periódico por el 30 aniversario. Cuando ya se supo que el Papa venía a Ávila, con fecha postergada por el atentado de Ali-Agca, cuatro tiros, que sufrió en la Plaza de san Pedro, en Roma, y su convalecencia, aquello había que organizarlo, pues en palabras de don Nicolás: «Es el mayor acontecimiento que va a tener la ciudad en su historia, y que no volverá a repetirse» ¿Por qué dijo esto? Era la primera visita de un Papa a España, y precisamente a Ávila para decir la primera misa multitudinaria, estando presentes, toda la Casa Real, cuerpo diplomático, ministros del Gobierno en funciones, pues el PSOE había ganado las elecciones tres días antes; todos los obispos de España; mas 3000 monjas que vio en el Monasterio de la Encarnación. Para la Misa, en honor a santa Teresa, se eligió entre varias opciones, el espacio en la cara norte de la muralla, el sitio mas hermoso como telón de fondo del acontecimiento, pese a sus dificultades orográficas. Antes de que se formase el comité de seguimiento y ordenación de los actos, bajo la presidencia del Gobernador Civil, y formado por todos los representantes civiles, militares, policiales y eclesiásticos, una de cuyas prioridades era la seguridad, tras el atentado sufrido por el Papa, así como la asistencia de tantas y especiales personalidades, el Obispado, que se hizo cargo del planteamiento general, y con sus propios medios, en una Diócesis pobre, preparó el altar donde debía celebrarse la Misa, así como las plataformas donde se ubicarían, autoridades, obispos, sacerdotes que debían dar las comuniones, imágenes de santa Teresa y de la Virgen de la Caridad, el coro con su órgano, dirigido por el P. Antonio Bernaldo de Quirós, los medios de comunicación, con la traída de los terminales (tecnología del pasado) para radio y televisión, así como las personas seleccionadas que tomarían la comunión directamente de manos del Papa. Para el montaje se procuró causar el mínimo impacto en aquella ladera (no explanada que dicen algunos), y que la visibilidad fuera buena para todos; solamente dos dados de hormigón para asentar la simple estructura de perfiles metálicos ¡para comparar con otros montajes!, que formarían el espacio protegido para el altar, y la parte posterior, con una pequeña salita de descanso del pontífice, asi como el sillón que hoy se ve en la visita turística en la Encarnación, incluso un pequeño aseo, zona atendida por religiosas seglares; colgaduras, alfombras y frente de altar de plata, todo de la catedral. Las plataformas se hicieron con vigas de madera procedentes de derribos, almacenadas en los patios del Seminario, para sustentar los paneles del piso con tablero de aglomerado, sobre el que se pegaron centenares de metros cuadrados de moqueta adquirida a Berrojalviz, que posteriormente fue reutilizada en multitud de iglesias. El acceso hasta el altar se procuró hacerlo lo mas suave posible, delimitado por un pobre, pero digno, cordón colgando de unos simples palitos de madera. Excepto la megafonía, que montó la unidad de trasmisiones del ejercito con kilómetros de cable, y los reposteros y banderas que montaron los servicios de protocolo de la casa Real, en la muralla. La logística distribuyó los lugares de asentamiento: de autoridades en el Parador Nacional; los sacerdotes, en la iglesia de Mosén Rubí; los obispos en catedral y Obispado. Todo tuvo su orden para que funcionase, con cientos de personas de todas las edades que colaboraron, con sus instrucciones y acreditación, en tantos servicios menores, pero imprescindibles. Si hubo un millón de asistentes, no lo sé, aunque solo fuera la mitad, es un hecho que jamás se volverá a ver en Ávila.
Un recuerdo para tantas personas que pusieron su granito de arena, y que todo funcionase, pero que sus nombres no pasaran a la historia. Pero ahí estuvieron, aunque eso no se cuente.