Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


De mayor quiero ser como los Rolling Stone

04/06/2022

Pero nadie se ha acercado a preguntarme si me pasaba algo. Así, de esa manera tan cruda, finaliza una carta a la directora publicada esta semana en El País, titulada «Ya no hay empatía». Es algo que un servidor lleva afirmando un tiempo, y que la pandemia puñetera ha agravado de una forma importante, porque el individualismo feroz no deja de avanzar en este momento de la Historia. Pero, diría más: no hay empatía ni siquiera hacia uno mismo. La gran preocupación del momento, una vez pasada la telenovela del chavalín francés de 21 años llamado MBappe, tiene que ver con una inflación desbocada que no veíamos desde hacía décadas y que ya condiciona la vida de muchos hogares, porque las empresas han tratado de atar las costuras, pero éstas se están desbaratando y acaban repercutiendo en los costes que todos debemos pagar. Qué hay de lo mío, nos preguntamos todos. El 80 por ciento de los productos han subido desde que arrancó esta ola inflacionista en el ámbito de la alimentación, me decía hace unos días un directivo de una gran distribuidora. Los problemas crecen, titularon a aquella fantástica serie de los años 80. Y este momento de la Historia de España perfectamente podríamos rotularlo así. 
Pero, verán: hoy quería hablar de Sus Satánicas Majestades, los Rolling Stones, que reunieron en el Metropolitano de Madrid a 54.000 personas, entre ellas unos cuantos abulenses, como un servidor. Doy fe de ello. De que había más abulenses, quiero decir.
Como somos muy de prejuicios –a ver, Mick Jagger, Keith Richards y compañía le han dado a muchos palos, algunos de ellos poco saludables, no seré yo quien lo niegue–, buena parte de los presentes (y también de los ausentes) no dábamos un duro por ellos. De hecho, íbamos con la expectativa como van los depósitos de gasolina en estos momentos, pasado el día 15 de cada mes; justita. Sin embargo, la banda, que, como mandan los cánones marketeros, siempre se tiene que contraponer a la más grande de todas, The Beatles, dio una lección de coraje, vida y empeño. Y lo hizo en la celebración de su 60 aniversario sobre el escenario. ¿A quién conoce usted que lleve seis décadas trabajando en lo mismo? Pero si los muchachos que salen ahora de las facultades se cansan a la media hora de abordar cada día el mismo cometido. Y no hablo de poner ladrillos ni de cavar zanjas. Lo agradable que tiene que ser aquello de haber superado con creces la edad de jubilación –habrá que ver si otros llegamos a ella, o si sigue existiendo esa figura de apoyo a las personas mayores–, y seguir disfrutando de una manera absolutamente explícita de la vida. Pagaría por trabajar, dice algún futbolista, alguna estrella de cine, a la que le salen los billetes por las orejas. No es lo habitual, no. 
Pero, en el estadio del Atlético de Madrid pudimos degustar entre todos del espectáculo con mayúsculas, de un akelarre apoteósico, como mandan los cánones si hablamos de la formación musical más importante (histórica y musicalmente) viva y en activo en este momento. Fue una noche llena de guiños al público. Del cantante más serpenteante de la segunda mitad del siglo XX intentando decir cosas en un castellano que –tipo listo– se puede emplear en Ávila como en Cartagena de Indias. Y no faltó, por supuesto, un emotivo recuerdo al que ha sido el dueño de las baquetas en la banda durante décadas, Charlie Watts, fallecido el pasado verano, y echado de menos no sólo por la formación. 
Lo he decidido en estos días: De mayor quiero ser como los Rolling Stones, porque no puede haber una lotería mayor que tener el trabajo de tus sueños. En su caso, ser estrellas eternas del rock and roll. Sin discusión. Como podrá suponer, querido lector, aquellas escasas expectativas quedaron absolutamente superadas en los primeros minutos del show, en cuanto comenzó a sonar Street fighting man. Qué vitalidad, qué ganas de saborear el momento. ¡Cómo disfrutaron cada paso, cada rasgueo de guitarra!.. Imagino que la pandemia algo ha tenido que ver. Había muchas ganas. Pero las bocas quedaron calladas por momentos para después empezar a corear todos juntos, como locos, un repertorio que para la mayoría era conocido. La lección que nos dieron a casi todos –seguro que había alguno que sabía que la formación, que visitaba Madrid después de más de una década y media, daría el callo– tiene que ver mucho con eso que olvidamos a veces: tenemos dos orejas y sólo una boca por algo. Porque es mejor callarse un poquito y escuchar más. Nos iría mejor. Ya me entienden.