José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Mis tres lectores

20/05/2022

A veces tengo la sensación de que hay quien piensa que una columna periódica en la prensa local —favor que Diario y su director me hacen— es un lujo, una imponente atalaya que me permite convertirme en «influencer» —¿influidor? ¿influenciador? Influyente, si fuera el caso— gracias a ella. Nada más lejos de la realidad, se lo aseguro. Cuando escribo en estos tres mil doscientos caracteres exactos mis reflexiones, desvaríos o fútiles cavilaciones no es mi intención convencer a nadie, modificar los pensamientos ajenos, obtener nada de ningún lector. Bastante con intentar que me sirva a mí mismo para poner orden en mi sesera, revisar y reconstruir mis creencias o cuestionármelas cada vez que me enfrento semanalmente al blanco documento de Word. Y ni siquiera eso consigo; estoy seguro de que las más de las veces escribo inconscientemente «digo» en vez de Diego, o defiendo posturas contrarias a las de algún artículo anterior, confundiendo ocho con ochenta y mezclando churras y merinas.
Pero hablarse o escribirse a uno mismo es de lo más aburrido, y en algunas culturas o en según qué entornos es incluso causa de ingreso en sanatorio mental, por eso hace ya varios años decidí usar y abusar de su paciencia, mis muy queridos tres lectores, y dirigirles mis escritos. Con ustedes en mente las palabras fluyen con mucha mas facilidad que si las dejo rebotar una y otra vez en mi cerebro, a la deriva por los meandros de mi discurrir. Dicen que el diálogo es siempre más fructífero que la reflexión, somete las ideas al rasero de los otros. Y aunque quizás esto no sea un diálogo «stricto sensu», espero que consiga heredar de él alguna de esas bondades.
Como decía al principio, no pretendo que ninguno de los tres cambie su pensar gracias a mis meditaciones o descabelladas propuestas, ni siquiera plantar la semilla de la curiosidad. Bastante los tengo fichados a cada uno, como para entender que sería prepotente por mi parte imaginar mis palabras dardos o venablos que pudieran alterar su apacible existir solo por leerme. Escribo más bien como quien se enfrenta a un espejo o la fotografía del profesor a la hora de preparar un examen. Me meto en su piel, imagino qué pensará cada uno —dentro de lo muy distintos que son— acerca de mi manifiesto, si les sorprenderá, escandalizará o aburrirá, si considerarán rebuscado el verbo elegido o superfluo el adjetivo de turno. Si lograrán concluir el opúsculo o en el segundo párrafo pasarán al de alguno de mis compañeros de tarea —de todos soy fiel lector— en busca de mejores propuestas.
A pesar de mi doble osadía, no solo habiéndolos usado una vez más, sino convirtiéndolos hoy en objeto y sujeto de mi columna, falto de temas como ando, a pesar de ello seguro que volverán a hacer eso que tan amable y frecuentemente hacen: comentar, por WhatsApp o al cruzarnos por la calle, que son ustedes mi cuarto lector, que en el fondo tengo más de los que creo. Como si no los reconociera, a pesar de disfrazarse con otras caras, con otras voces. Cada vez que me hacen partícipe de su opinión sobre mis escritos me doy inmediata cuenta de que son uno de ustedes tres: mis fieles, mis admirados, mis imprescindibles lectores. ¡Gracias, por triplicado!

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