Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Abejas en mi ventana

06/06/2021

El pasado fin de semana conviví con un enjambre de abejas. Los laboriosos insectos decidieron instalar su panal en casa de mis abuelos y desde allí coordinar todas sus labores. La urbanita que hay en mi al enterarse, imaginó todo tipo de situaciones postapocalípticas mientras hablábamos con el primo de mi madre, apicultor en su juventud, y nuestro vecino de allí, que nos decían que podíamos convivir con ellas sin que hubiera ningún problema: cada uno iríamos a lo nuestro.
El caso es que, finalmente, mi lado más naturalista, cada vez más desarrollado, tardó poco en acostumbrarse a la convivencia, hasta tal punto que al poco rato ya caminaba por debajo de ellas sin recordar si quiera que estaban allí. La realidad, por supuesto, distaba mucho de lo que me imaginaba: casi ni se las oía, no se acercaron a mí y estaban trabajando constantemente, desde que el sol daba directamente sobre la fachada de la casa hasta que dejaba de hacerlo. Y, entre todos los comentarios que había oído durante el viaje y esa interacción biológica neutra en la que cada una estaba a lo suyo, comencé a interesarme por estos insectos, como ya me había pasado anteriormente con los burros y, como me pasó con estos, cada cosa nueva que leía, me fascinaba. La conclusión a la que llegué, más allá de la sensación de tener que poner a salvo a las pobres abejucas antes de que llegaran las avispas asiáticas y les tendieran una trampa, es que cuánto más vivo en el campo, más me gusta lo que descubro. Y no se trata solo del medio ambiente: también hablo de la gente.
Hablar de conexión entre el hombre y la naturaleza se me hace ridículo: el hombre es naturaleza, forma parte de ella aunque lo haya olvidado. Quién sabe si éxodo rural y la necesidad de integración en las ciudades, evitando los estereotipos de la gente de pueblo, ha podido llevar a la sociedad hasta un punto más allá del que aún es posible el retorno, generando en nuestro planeta situaciones límite de las que no sabemos bien cómo enfrentarnos. La amenaza es tan grande que cualquier acto individual parece vacuo y condenado al fracaso. Son estos, sin embargo, los que marcan la diferencia, los que contagian a los que nos rodean y los que, a la larga, cambian las cosas. La convivencia con la naturaleza y el conocimiento, saber las fascinantes relaciones en las que estamos incluidos e integrados, forman parte de la conciencia naturalista del hombre, que encuentra en la armonía con el entorno su máxima expresión. Son estos valores que deberíamos recordar todo el año, pero que a veces solo advertimos en la jornada mundial del medio ambiente que tuvo lugar ayer.
Volviendo a las abejas. El domingo por la tarde se presentó el apicultor Víctor en casa y se llevó el panal, prometiendo miel de nuestras abejas para más adelante. Pero no se las llevó demasiado lejos y el lunes por la tarde regresaron, con otro enjambre que se había unido por el camino. Nuestro apicultor de confianza volvió armado con su traje al día siguiente y se las ha llevado más lejos, dónde podrán seguir beneficiando al ecosistema, a salvo de las temibles asiáticas. Mientras tanto yo no dejo de pensar que las abejas y yo consideramos nuestra casa al mismo lugar.

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