José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


La otra vacuna

08/01/2021

El 12 de febrero empieza el año chino del buey. Feliz coincidencia; siendo un bovinae bos primigenius taurus (vamos, un toro) viene al pelo para lo que marcará nuestras vidas estos meses: las vacunas.
La vacuna debe a su nombre a Edward Jenner, quien hace 225 años inoculó a un niño la variante de la viruela de las vacas, verificando después que quedaba inmunizado ante la versión más potente de la enfermedad. Un siglo más tarde, Louis Pasteur llamó en su honor «vacuna» al procedimiento, válido para muchos otros virus. 
Crear una vacuna en menos de un año es un logro asombroso; sin duda refuerza a los que apuestan por la ciencia como el «deux ex machina» que resolverá las cuitas que nos afligen; un seguro de vida en el que hay que invertir. Cambio climático, enfermedades, transporte, agua y alimentos para sostener una población en crecimiento… todo resuelto por los avances en el conocimiento de las leyes naturales. Y razón no les falta: una gran arma con la que combatir la inherente estupidez del género humano es la capacidad de aprendizaje, innovación y adaptación.
Pero el mal que nos aqueja no es la Covid19, por mucho que así nos lo remachen día tras día desde todos los frentes. Nuestro problema real es la sociedad que hemos construido y los valores esculpidos en las tablas de la ley que guían nuestras vidas. El virus somos nosotros, uno a uno y como colectivo. Como muestra, el botón de las Navidades —salvadas, ¡yupi!— que nos hemos regalado: encantados de habernos conocido, con tiendas y centros comerciales abarrotados, bares y terrazas hasta las trancas de reencuentros, cenas familiares, «tardeviejas» que opacan los mejores cotillones de nuestro pasado, restaurantes sin ninguna mesa libre, carreteras de montaña colapsadas para ver la nieve, conciertos, espectáculos, cabalgatas estáticas… Si a un español normalito de marzo —de los que aplaudían asustados y orgullosos a las ocho de la tarde desde los balcones— le pusieran el vídeo de la bacanal de estas semanas, seguro que hubiera sacado la recortada y se hubiera liado a tiros. Y yo no lanzo ninguna piedra, que nadie estamos libres de pecado.
La vacuna que sería necesario desarrollar con urgencia —la más importante— es contra la ignorancia y falta de sentido común. La del sacrificio. La que se inocula con la educación, el remedio definitivo contra todos los males y que llevamos cuarenta años de democracia arrojándonos unos a otros; la que se obtiene del genoma del sentido del deber, la capacidad analítica y la búsqueda de las causas últimas; la que conlleva como ingredientes a partes iguales solidaridad, respeto y responsabilidad; la que inmuniza con ironía y sentido del humor para saber entender el mundo; la que no necesita frío, sino trabajo antes que reproche, iniciativa y riesgo personal antes que el acomodaticio “que papá Estado lo arregle” (haremos un gran Estado, suma del esfuerzo de sus hijos), calor humano antes que los previsibles odios de clase —por arriba y por debajo, ojo— a los que nos arrastrarán los populismos que aguardan, agazapados, la feroz crisis por llegar. Una vacuna, en suma, que nos redima como sociedad, como raza, como especie. 
Mi deseo (tristemente irreal) para el 2021.