Pablo Garcinuño García

Vísperas de nada

Pablo Garcinuño García


Cachitos de cristal cerca del bazo

01/05/2022

La cisterna ha dejado de soltar agua. ¿Lo escuchas? Por eso, justo por eso. Porque ya no se oye nada. Te dije que no había de qué preocuparse, pero tú ya ibas como un loco a desmontarla de nuevo. A veces las cosas se arreglan solas. Basta con dejarlas un poco a su aire. Siéntate y espera. Fuma algo. Lee un poco. Empieza un puzle. O quizás siga rota. ¿A qué viene eso ahora? Nada, hombre. Que quizás esté igual que antes y lo que pasa es que te has acostumbrado al ruido. Si fuera así, y no estoy diciendo que sea así, pero si tuvieras razón, sería como decir que las cosas se arreglan cuando creemos que dejan de estar rotas. Y eso es algo demasiado profundo, demasiado conclusivo para un primer párrafo. 
Mejor empieza otra vez. La cisterna ha dejado de soltar agua. Y a pesar de tanto silencio, pudiera ser que siguiera rota. Como Francia. Como la mayoría de las barbas. Como algo dentro de ti. Mira, ponte la mano entre el bazo y la rabadilla, por esa zona. ¿Notas los cachitos de cristal? Si te estas tranquilo. Si te sientas y esperas... puede entonces que dejen de chocar unos con otros. Los malditos pinchazos. Fúmate un puzle. Lee las instrucciones. Acostúmbrate al tintineo. Te arreglarás cuando dejes de creer que estás roto. Dios... esto hubiera estado genial para cerrar tu columna. Estúpido. Aquí, tan arriba, tan al principio de todo no pinta nada.
Llevas más de 250 palabras y todavía no has mencionado a M. Te queríamos avisar, solo eso. Por si se te había pasado. Ahora podías escribir algo así como, no sé, ¿eh? Es solo una idea que te lanzo. Si quieres la coges y si no, pues la dejas. Podías escribir algo así como que M. te arregla cada día y quedarías como un señor. No me vengas con eso de que ella también te rompe. No es M. la que te rompe, eso lo sabe hasta un estúpido como tú. Solo que a veces. Ya sabemos, ya. No sigas. En ocasiones te ocurre que. Sí. Y entonces más cristales por dentro golpeándote órganos vitales.
Deja a M. a un lado en este asunto porque la realidad es que te rompes tú solito. Te bastas y te sobras; no necesitas ningún tipo de ayuda. En cierta medida, deberías estar orgulloso. No es fácil hacerse tanto daño. No es profundo, pero es constante, que al final es lo que más renta. Son las cosas que te dices. ¿Cómo? ¡Que son tus voces las culpables! ¿Vosotras? Claro, estúpido. Nosotras te rompemos, día a día, casi segundo a segundo si te descuidas. Ahora mismo, sin ir más lejos; mira esta astilla. La hemos sacado de por ahí, de detrás del páncreas.
Te hablas y te hieres porque, seamos francos, no te tratas con ningún respeto. Pones atención en lo que escribes, sí, pero descuidas mucho lo que te piensas. Y así te pasa, que tienes cristales por dentro. Te cuentas mal, amigo. De ahí viene casi todo. Y como estás roto por allá, en algún sitio cavernoso, te salen estos escritos deformes, engendros con conclusiones en el primer párrafo y repeticiones innecesarias por toda la piel. 
Esta columna también está rota, como la cisterna. Lo que pasa es que rezas porque nadie se dé cuenta. Confías en el principio de presunción de coherencia por el cual, aclárate la voz cuando hables de lingüística, todo pasaje, más alto ahora, mucho más rotundo, todo pasaje se interpretará como un texto si existe la más remota posibilidad de hacerlo así. Tranquilo entonces. Has tenido suerte. Parece que, ya de antemano, se te presupone un comportamiento racional.