Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


Pessoa y otros genios portugueses

10/04/2022

Así como a Francia he ido en avión la mayoría de las veces, a Portugal, lo mismo que a Marruecos, he viajado en coche. Tal vez sea que París absorba a Francia, mientras Lisboa y Rabat no significan en sus respectivos países lo que la capital francesa para el resto de su territorio.
Redactando mi tesina de licenciatura en Historia, hacia 1972, leí la obra de un genial catedrático de enseñanzas medias, Julio Ortega Galindo de Salcedo, titulado Bilbao y su hinterland (Bilbao, 1950). Gracias a ese libro de Ortega, supe que el reino medieval de Castilla no pudo salir al Atlántico por su senda natural, que no era otra que seguir por la ruta paralela del Duero para embarcar en Oporto; debido a la frontera, la raya, Castilla no tuvo más opción que salir a navegar por el Cantábrico, y esa fue la gran oportunidad de Bilbao. Lo sorprendente es que hoy Oporto se ha convertido en un polo de relaciones comerciales globales, función que no ha sido capaz de tener ninguna otra ciudad de Galicia y de Castilla y León. ¿No debería servir esta realidad para interrogarnos acerca si estas Comunidades Autónomas tienen una estrategia para ocupar un lugar visible en esta competitiva globalización? ¿O es que las Comunidades Autónomas sólo se dedican a alabar o a descalificar al partido afín o rival en el gobierno de la Nación?
He hecho varias veces el recorrido de entrar a Portugal por la línea del Tajo, hacia Lisboa, y salir por la línea del Duero, por Oporto y su comarca, o haciendo el itinerario en sentido contrario.
A comienzo de la década de los años ochenta, viajé en varias ocasiones por carretera con Gregorio Peces Barba (1938-2012), y con algún otro parlamentario socialista, para reunirnos con nuestros colegas socialistas en la Asamblea Nacional, en el palacio de Sao Bento de Lisboa, sede del parlamento portugués. Yo he tenido la enorme fortuna de conocer en esos viajes a muchos genios de la política. Fue el caso de Francisco Salgado Zenha (1923-1993), por aquellos días, presidente del grupo parlamentario socialista luso, que llegó a ser un ministro de Justicia legendario en Portugal, por su compromiso realmente democrático, y que fue aliado fundamental de Mario Soares (1924-2017), en la tarea dificilísima de apartar la revolución portuguesa de su primigenia orientación procomunista; gracias a Soares y de Salgado Zenha los girondinos triunfaron sobre los jacobinos.
En el contexto de las conversaciones que tuvimos con Salgado Zenha, y los demás colegas portugueses, sobre el pulso que sostuvieron los socialistas con los comunistas, y con los militares jacobinos -el primer ministro, Vasco Gonçalves (1921-2005), y el jefe del Comando revolucionario, Otelo Saraiva de Carvalho (1936-2021)-, el diputado socialista por Barcelona, Francesc Ramos Molins (1910-1983), que viajó en el auto con Gregorio y conmigo, relató su vida en la URSS, y su relato servía para mostrar lo que fue el gobierno revolucionario ruso a partir de 1937.     
Francesc Ramos Molins, Paco Ramos, era un ingeniero que mandó una unidad del ejército republicano durante nuestra Guerra Civil. Se exilió a Rusia, pues había formado parte de las Juventudes Socialistas Unificadas, y allí fue acusado de ser un espía americano, obviamente, una patraña conspiranoica del estalinismo. Estuvo encerrado en la terrible prisión de Lubianka, antesala del fusilamiento o del Gulag. Después de meses de interrogación y torturas, desesperado, Paco Ramos decidió confesar sus contactos con los americanos: a su interrogador le citó una larga lista con los nombres de los más famosos artistas de cine norteamericano. El funcionario de la NKVD, antecedente del KGB, los fue copiando con delectación. Conclusión: el funcionario fue fusilado, y Paco Ramos fue deportado a Siberia, donde estuvo años montando aviones como técnico experto, hasta que pudo regresar a España.
Mi extraña devoción por Fernando Pessoa (Lisboa, 1888- 1935), y especialmente, su obra el Libro del desasosiego, creo que procede de ciertas sensaciones ante la política, como cuando escuché a Paco Ramos, en Lisboa, su historia con el comunismo soviético. Pessoa, con su pesimismo vital, podría ser lo contrario de mi modo de vida. Sin embargo, escritores con ese «optimismo de la voluntad», como Antonio Tabucchi (1943-2012) o José Saramago (1922-2010), vieron en Pessoa, como yo, además de ser el mayor escritor luso desde Luis de Camoens (1524-1580), tal vez sea el sucesor de Michel de Montaigne (1533-1592), el autor de la frase, plena de angustia, ¿qué sé yo?