Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Los siete samuráis

19/06/2020

Poca gente sabe ubicar en el mapa la ciudad de Minneapolis o conoce que está hermanada con la ciudad vecina de Saint Paul- formando el conjunto urbano denominado las ciudades gemelas. Les diré que está en el magnífico estado de Minnesota, cuya población total no llega a los seis millones, tiene frontera con Canadá y hace frío en invierno.

Es ingenuo creer que los miembros de las fuerzas del orden no cometen delitos o que en ciertas circunstancias se exceden en el uso de la coerción. Esa realidad no es grave por sí misma; lo preocupante es que no sea perseguida y eliminada de cuajo. Los países anegados por la corrupción sufren tanto esta lacra que es difícil distinguir en ocasiones quiénes son más criminales.

Estados Unidos no entra en esa categoría ni de cerca. Es un país razonablemente seguro, donde las leyes funcionan, la justicia es bastante rápida y el respeto a la ley o a la propiedad privada se considera de obligado cumplimiento. En las grandes ciudades donde hay concentración de población negra, el índice de criminalidad es tan elevado que es imposible que un negro no tenga un familiar que haya pasado por la cárcel. El porcentaje de jóvenes que no conocen a su padre es inusualmente alto. Las víctimas de dichos delitos rara vez son de otra raza; en otras palabras, que la comunidad negra es quien sufre la violencia endémica de esta minoría.

Las sociedades libres entendieron que la única forma de garantizar la seguridad colectiva era suprimir la venganza. Solo el poder público podía tener el patrimonio de la fuerza y las leyes eran su límite. Aceptamos esta renuncia por la confianza en el buen hacer del Estado y porque asumíamos que así estaríamos más seguros.

Cuando el alcalde de Minneapolis aceptó que una comisaría pudiera ser destruida por una masa iracunda fracasó como líder de una comunidad. Comprender y aceptar la lógica de la violencia o la ira, nos transforma en salvajes y degrada a la sociedad que la padece. Cuando aparcamos la Razón nada bueno le sustituye. Las nuevas tecnologías, con su inmediatez, fuerzan respuestas impulsivas, ocultan la verdad y fomentan el odio.

Nuestra empatía enfermiza hacia el sufrimiento, sin cuestionarse el porqué del mismo y sin ejercer la responsabilidad individual está mal. El determinismo económico rechaza la dignidad humana y el poder de la libertad. La vida no es tan sencilla.