Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


El ventilador

06/02/2021

La excrecencia moral y la hipocresía no tienen límite, tampoco condición. No es patrimonio de unos o de unos pocos. Somos una sociedad muy corrupta, tolerante y permisiva con la corrupción. Se jalea y aplaude. Se busca el favor y, sobre todo, se paga. O se cobra. Según se mire. Gente sin escrúpulos o donde todo vale los hay a los dos lados del negocio, o de la prevaricación, o del cohecho, por acción o por omisión. Pero también pronto somos solícitos de poner a la persona contra la diana, juzgarle en el banquillo de los medios, mientras antes se guardaba un absoluto silencio. Silencio no pocas veces cómplice. Colaborativo. Yo lo sé, tú lo sabes, los dos lo sabemos, silencio pagado o favor que se cobra a posteriori.
Y el dedo acusador tampoco suele estar limpio, ni los correveidiles de turno que bajaban y arrodillan su ser ante el jefe supremo y ahora miran hacia ese espléndido lado de la indiferencia o del no saber o de que, cada palo no aguante con velas ajenas. Hojarasca. Náusea, y más silencio. Por que, quién entregaba esas ingentes sumas de dinero y qué esperaba. ¿Por qué no nos fijamos en esa ecuación? Por qué se vive de lo público y del cáncer de las subvenciones donde no debería haberlas?
Corrupción, prebenda, privilegio, puerta giratoria, negocios espurios, saltarse las turnas de las vacunas de la vida o la enfermedad, la España casposa y el silencio mezquino de una sociedad que calla y otorga y que no se rebela frente a los miserables de la impostura. Lástima de una sociedad indolente y que no es capaz de mirarse a espejo alguno.
¿Somos un país acomplejado? Y si lo somos, ¿de qué? No hace falta que nadie tire piedras en este solar patrio, ya lo hacemos nosotros mismos. Perdemos tanto tiempo en autoflagelarnos a nosotros mismos que la fuerza, el talento y la chispa se diluyen voluptuosamente. Nos zaherimos con nuestro pasado, negamos nuestro presente y soñamos con un futuro donde lo excluyente manda y gana. Es triste, pero quizás, es solo la única forma de ser, de existir y de comportarnos como españoles. O tal vez nadie nos enseñó nunca a hacerlo de otra manera. El hilo que nos sutura es un hilo débil, distinto del torzal, resistente. Es un hilo sin pegamentos aparentes, pero que, a las primeras de cambio, vuelve su espalda. Dorso y anverso, reverso equidistante. Porque los españoles somos muy equidistantes de nosotros mismos.
Lástima de un pueblo que pierde tanto tiempo en la queja y el lamento, castigo o tormento de los dioses de lo humano. Que aplaude la corrupción y el fraude. Que censura y envidia el talento y el éxito ajeno. Lástima de un pueblo que todavía sigue perdido en la vieja polvareda orteguiana pues siempre negó que al galope hubiese avanzado, lástima de ese pueblo machadiano que tantas y tantas veces es capaz de helarnos el corazón. Hubiera mil corazones que siempre quedaría helado. Baste pues con uno.
Lentos de ira y cólera algunos mancillan, escupen, insultan todo lo que simbolice España y los que nos sentimos orgullosos de serlo, bajamos la cabeza, o preferimos mirar hacia otro lado. Lástima de los pueblos donde la cobardía toma asiento y los valientes solo son los victimarios que gritan y atropellan los valores y la dignidad de los demás. Lástima por tantos corruptos y amorales que degradan los valores. También por los que azuzan ventiladores cuando les convienen y han callado ante el delito durante años.